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N O V E D A D E S

º¡Capítulo 26!

ºNuevo relato corto: Senderos del destino.



lunes, 12 de noviembre de 2012

Capítulo 12

¡Reunión!

-¿Enserio? ¡Qué buena noticia! ¿Cómo se encuentran?
Rió sarcásticamente.
-Bastante… confusos, pero recuperándose. Todavía no sabemos por qué se desmayaron –empezamos a caminar hacia el hospital, que se hallaba al final de la calle, a unos cincuenta metros- Esperemos que mejore el asunto en la reunión. A la que, por cierto, tienes que asistir: mañana a las ocho de la tarde, ¡no faltes!
-Allí estaré –respondí, guiñándole un ojo.
Ya casi estábamos en la entrada.
-Tendrá lugar en el Edificio de la Justicia, ese edificio grande–me lo señaló; sin duda, grandioso –no tienes pérdida.
-¡Anda, como en “Los Juegos del Hambre”!
-¿Qué es eso? –preguntó horrorizado.
-No te preocupes, es un libro.
-¡Ah! ¿Te gusta leer?
Sonreí.
-Me encanta.
-Entonces te dejaré unos cuantos libros que tengo por ahí.
-¿Hay muchos escritores en Crystalraise?
-No, sólo dos, un hombre y una mujer.
¡Sólo dos!
-De acuerdo, a ver qué tal son.
-Bueno, descansa un poco, que tampoco estás tan recuperada como para ir trotando todo el día –me puso la mano en el hombro.
Ya estábamos en la entrada.
-Cómo mande el jefe –dije, mientras saludaba militarmente.
-Así me gusta -dijo riendo- tengo que ir a hablar con… unas personas. Mañana, sin excusas –y me señaló con el dedo. No pude evitar reírme a carcajadas.
-Sin excusas.
Me guiñó un ojo y se marchó apresuradamente. Me fui a mi habitación.
El hospital se había convertido en mi hogar. Me gustaba. No era como los de ahí arriba, fríos y aburridos. Este estaba lleno de color. “Como debe ser un hospital”. En verdad, baja mucho la moral estar en una estancia blanca y sin vida. En cambio, este hospital, el único que había, estaba lleno de vida. Mientras me dirigía al ascensor, me encontré con mi enfermera, Lysa, y la saludé con una sonrisa mientras ella me saludaba efusivamente con la mano. Este también era otro factor: médicos y enfermeras eran muy cálidos. Querían a sus pacientes, no como algunos allí arriba, que los utilizaban como herramientas para mejorar en su profesión.


Subí al ascensor de cristal y pulsé el botón de la octava (y última) planta. Caminé por los pasillos buscando mi habitación. 220…227…230…234… 235… ¡aquí! La 236.
Mi primer impulso fue tumbarme en la cama, después de ese largo día, pero no pude. Ya estaba ocupada.

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