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N O V E D A D E S

º¡Capítulo 26!

ºNuevo relato corto: Senderos del destino.



viernes, 23 de noviembre de 2012

Capítulo 21

Historia de un pasado

Una anciana, una mujer de cara benévola y misteriosa, pero a la vez rigurosa. Sus ojos transmitían sabiduría y sensatez.
Todos permanecieron en silencio, ansiosos ante sus palabras. Debía de ser una mujer realmente fascinante para causar semejante silencio.
Iba vestida con túnicas azul turquesa y una flor azul marino recogía su larga trenza encanecida.
-Escuchad bien, mis amigos, pues una historia he de contar. No es dulce, ni bella; es oscura, y negra como el pesar, puesto que la historia que oiréis es la de nuestra querida Crystalraise.
El silencio era absoluto. Ya no había aplausos, ni vítores, ni risas. Sólo silencio.
La mujer empezó a moverse teatralmente.
-Todo comienza bien, como en cualquier historia.
Todos vivían felices, en armonía y concordia.
Pero hubo una, una mujer, que nació entre las cenizas.
Su nombre, nadie lo sabía,
puesto que justo nacer huérfana quedaría.
Nadie la amaba, nadie la quería;
Siempre sola estaba, y de ella se reían.
Un día, la niña se cansó, se subió
Donde todos pudieran oírla, y
Proclamó que algún día se vengaría.
Nadie la tomó en serio, nadie la escuchó,
Pero la niña, con cabeza bien alta,
hizo las maletas y se marchó.
Sin la niña atroz, estaban mucho mejor;
Pero la felicidad nunca dura eternamente,
Y un día la oscuridad de todo se apoderó.
La niña, que entonces era mujer,
Reina de la magia negra y oscura,
Con su ejército de Negros vino,
A cumplir la promesa prometida.
Lloros, llantos, pérdida, Crystalraise se apagaba,
Al borde de la muerte estaba.
Pero no os alarméis,
Sí hubo una salvación.
Todos fueron fuertes y potentes,
Todos lucharon con valor,
Pero hubo alguien que fue el más valiente.
Nuestra Analysse Greyone no pudo soportar
ver como nuestra Crystalraise se hundía,
así que a los Negros les plantó cara,
poniendo final a sus días.
Un nuevo Sol iluminó Crystalraise.
La gente de sus casas salió,
Los niños al colegio volvieron.
Pero llegó un infortunado día,
En que Analysse enfermó,
Y el Sol con ella se apaga,
dejándonos al descubierto,
al borde del horror.
No cantéis, no celebréis,
Pues los días oscuros aún
No han terminado.
De eso algunos se percataron,
Y al bosque se marcharon,
Con la esperanza de hallar
Una solución.
A los sabios visitaron
Y con las manos vacías
No regresaron.
Los sabios les transmitieron una profecía,
La adivinanza que nos devolvería el color.


Dice así, la profecía, aunque
Aún no sabemos qué significa:
“Cuando de ella no tenga miedo,
Pero sí obtenga dolor,
Tiempos oscuros cesarán
Con su audacia y su valor.”




lunes, 12 de noviembre de 2012

Capítulo 20

Liam Kinsey

El chico parecía tener unos veintiún años, pero como todos aquí parecían más jóvenes –la primera vez que vi a Max, le puse unos cuarenta años, y resultó que tenía noventa…- le eché la edad de Jace, más o menos.
Como los demás le siguieron, les imité.
-¿Le conocéis? –le pregunté a Emily, aunque estaba claro que sí.
-Es el hermano de Will –asintió.
¡Por eso me resultaba tan familiar!
Avanzamos por entre la multitud (sin saber cómo exactamente) y el muchacho entró en una morada hecha polvo.
-¿De qué va esto, Liam? –preguntó Will, aún cogido de mi mano.
Este se encogió de hombros mientras nos iluminaba con una gran sonrisa pícara.
-Cuando os vi tan perdido pensé que me necesitabais. Seguidme.
Nos condujo escaleras arriba. En los pisos de arriba los muebles estaban aún más atrofiados que en el desván de la casa de mi abuela.
-Mmm, ¿Liam? –Se giró hacia Clair - ¿qué es este sitio?
-Ah, lo encontró Nicole cuando buscábamos un local para ensayar.
-Nicole es su chica –susurró Emily.
No me extrañó, sólo bastaba con mirarle…
Subimos a un cuarto piso y luego salimos a lo que debía de ser una especie de tejado.
Liam nos señaló un extremo y nos acercamos. Desde allí se veía todo a vista de pájaro.  Era precioso e insólito, fascinante.

Un grande espacio cuadrado elevado hacía de escenario. Encima, un grupo de cuatro personas hacían aparecer y desaparecer cosas de la nada. Cambiaban de aspecto y les inducían hacer lo que se les antojaba.
Un mago se quitó su sombrero y lo puso encima del escenario.
Era negro, con una cinta violeta justo debajo de la copa. Era exacto al sombrero de Johnny Depp en “Charlie and The Chocolate Factory”.
De repente, empezó a encogerse, encogerse y aplastarse… ¡y boom!
Explotó, empezando a escupir fuego violeta hacia el cielo azul. Y luego, con una preciosa elegancia, las llamas se fundieron en nieve que descendió solemnemente.
El público estalló en aplausos y vítores. Yo estaba flipando.
-¿No querréis quedaros aquí arriba marginados? –Preguntó Liam –todavía no hemos llegado. Seguidme.
Se dirigió al extremo la terracita y empezó a rappelar hacia abajo.
Cuando llegamos a la punta, Will bajó primero y me ofreció su mano.
Descendimos unas tres cuartas partes de lo que antes habíamos subido.
Al fin, cuando llegamos a un pequeño replano –más o menos elevado a tres metros del suelo- y nos sentamos, podía ver infinitamente mejor que desde ahí arriba. Todo estaba siendo tan mágico…
Podía percibir hasta el más insignificante detalle, no me quería perder nada, estaba fascinada. En mi vida había visto espectáculo semejante.
Entonces, desde esa perspectiva tan próxima, pude reconocer a uno de los magos.
-¿Ese es…?
-Sí, Markson –dijo Liam -¿Jessica, verdad? Bienvenida al juego –su sonrisa era pícara. Ambos hermanos la tenían igual.

Parecía que estaban montando el número final. Toda eran chispas y fuegos artificiales –y no los fuegos artificiales a los que yo estaba acostumbrada -. Luego, Markson se puso en medio, y con un soplido se lo llevó todo, él y los otros tres magos incluidos. En su lugar, apareció una misteriosa mujer.

Capítulo 19



Espectáculos

Will miró su reloj.
-Las seis y media.
¡Qué descanso!
Me miró con curiosidad.
-¿Tienes prisa?
-Max me dijo que tenía que asistir a una reunión con el Consejo a las ocho –respondí indiferente.
-Mmm los del Consejo… entonces, nos queda algo de tiempo aún, ¿quieres que vayamos al pueblo?
-De acuerdo, pero quiero pasar por el Hospital primero, para cambiarme –mentí. En realidad, añoraba a mi compañera de los ojos amarillentos. Butterfly era la única que sabía cómo se sentía alguien ante ellos.
-Vámonos entonces – se levantó grácilmente y me ofreció la mano, la mano que me había salvado…
Cuando llegamos al hospital, busqué a Lysa. Estaba en la Clínica,  me entregó a una Butterfly encantada de verme y me dijo que se la dejara cuando quisiera.
Al verme, Butterfly se lanzó como una centella hacia mi abrazo.
Subí a mi habitación para cambiarme de ropa. Me quité la camiseta de Will y, esta vez sí, me  puse pantalones, además de un jersey morado.
Bajé (esta vez por el ascensor) y me encontré con Jace en la cuarta planta.
Me sonrió, como hacía siempre.
-¿Has nadado? –supongo que se fijó en mi pelo mojado.
-Como nunca –señalé, sarcásticamente. ¿Debía decirle lo de los ojos amarillentos? Pensaría que estaba loca. Cambié de tema- ¿sabes? Un amigo me está esperando abajo, puedo presentártelo.
- De acuerdo –dijo sonriente.
Pero no era sólo Will quién me estaba esperando. Le devolví la camiseta con un “gracias” afable y fui a saludar a los demás. Emily se acercó a abrazarme.
-Vinimos a buscarte, hay un espectáculo muy bonito –sus ojos siempre reflejaban alegría, a pesar de su triste pasado. Me complacía que siempre estuviera tan emocionada, y me reconfortó que hubieran pensado en mí. “Les caigo bien” –pensé, aliviada.
Kail me sonrió con su complicidad característica que ya empezaba a reconocer.
-¡Vaya, otro de los tuyos!
Miré a Jace. Él se lo estaba pasando estupendamente, pero parecía desconcertado.
Emily le miró.
-¿Quién traes contigo?
-Es mi entrenador, Jace. Jace, estos son Will, Claire, Emily, Kail… e Ivy –añadí, incómoda.
Emily fue la primera que se le acercó, con su sonrisa de siempre, y se saludaron con un apretón de manos.
-Bienvenido Jace–saludó – y bien, ¿qué te parece todo esto?
-Extraño y bello –contestó él, afablemente.
Noté complicidad en sus miradas.
-¿Qué espectáculo es ese? –pregunté.
-Un grupo de magos nos sorprenden de tanto en tanto con sus actuaciones –explicó Claire – son realmente asombrosos.
-Y unos farsantes –agregó Ivy.
-No es verdad- replicó Claire.
-¿Os venís? –Emily estaba impaciente.
-Yo no puedo –se disculpó Jace –todavía no me han dado el alta…
-Vaya, qué lástima…
Tanto Emily como Jace parecían disgustados. “Vaya, aquí hay química” –me reí.
-Pero bueno, estoy encantado de conoceros –concluyó.
-¿Jess? –a Will no podía negárselo. Además, también sentía cierta curiosidad por ver a esos magos. Cualquier cosa en Crystalraise me despertaba curiosidad.
-Yo claro que vengo –canté jovial.

La calle Mayor estaba abarrotada de gente exaltada. Deduje que ese tipo de eventos eran muy poco frecuentes, “razón de más para verlos”.
Tuve que cogerles la mano a Emily y a Will para no perderlos.
Se oía una música exótica preciosa y se podían percibir algunos hilos de humo violeta que aparecían de la lejanía por encima de la multitud.
Sólo por el ambiente ya se predecía que sería un espectáculo realmente emocionante.
Un muchacho alto y corpulento me distrajo. Se acercaba a nosotros. Su expresión me resultó vagamente familiar.

-Eh, enanos –exclamó enérgico –seguidme, si es que queréis ver algo.

Capítulo 18

De vuelta

Estaba desorientada y exhausta. ¿Dónde estaba?
Una mano me acarició el pómulo. Yo estaba temblando.
Tenía los ojos abiertos, pero no veía nada. Un frío tremendo me oprimía y temblaba violentamente. Me costaba respirar. El pez me dio tantos golpes que había encogido mis pulmones y ahora eran dos apretadas bolas de papel de aluminio. Me dolía respirar.
-Jessica –susurró una voz desesperada, en el vacío. ¿De dónde venía esa voz? Todo eran sombras.
Intenté enfocar la vista. Ahora veía siluetas borrosas, que se volvieron nítidas poco a poco.
Vi que estaba tumbada y empapada sobre la arena, en la playa.
Will, a escasos centímetros, también goteaba. Su cabello dorado lagrimeaba sobre mi cara.
Le miré a los ojos. Él suspiró con alivio y me abrazó con fuerza. Sentí su tacto más cálido que nunca.
No sólo me costaba respirar a mí, aunque seguro que a él no le dolía. El pez me había machacado y hecho picadillo mi tronco. Hice una mueca.
-¿Qué te ocurre? –preguntó Will, preocupado.
-Me, me… -mi voz estaba oxidada, no parecía la mía. Me costaba hablar -…duele el…-me señalé el pecho.
Apoyó su oreja sobre mi torso. Mi corazón iba acelerado.
-Puede… -murmuró afligido- … que haya sido yo –me miró a los ojos angustiado-.Estaba tan alarmado que se me olvidó que eras más frágil… y puede que te diera demasiado fuerte.
¿Puede que fuera él el pez que me rompió?
Le miré confundida.
-Cuando te saqué del agua, estabas azul. Hice cuánto sabía para traerte conmigo. El boca boca y la expulsión del agua con los apretones. Te apretujé demasiado fuerte… estás casi aplastada –rió, aún con congoja.
“Y supongo que también decías “vamos, “vamos, “vamos” pensé. Él era el pez extravagante que me había devuelto a la vida y que me había machacado.
Asentí, temblando.
-Lo siento –susurró.
-Ni se te ocurra sentirlo –dije, tiritando.
Rió.
¡Qué frío! Vi mi vestido, pero no podía ponérmelo, estaba mojado también.
Will adivinó mi pensamiento y fue a buscar su camiseta, que aún estaba al otro lado de la playa, y en un periquete me ayudó a ponérmela.
-Gracias – musité, sin voz apenas.
Su camiseta me llegaba casi hasta las rodillas y era muy cálida.
Empecé a entrar en calor con rapidez.
-¿Qué ha pasado? –preguntó Will. Había estado esperando, claro, el momento apropiado para preguntar.
Le miré a los ojos. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué dos grandes ojos amarillentos me habían arrastrado a las profundidades? Es más, ¿que no era la primera vez que lo intentaban?
No podía contarle eso, pensaría que estaba loca, y, francamente, la opinión de Will sobre mí me importaba mucho.
¿Qué debía explicarle? Que no lo sabía, sería lo más sabio.
-No… no lo sé –bien, ahora mi voz ya era la misma de siempre-. Empecé a nadar… y algo me agarró de la pierna… no pude subir…no tenía fuerzas.
Eso sí era verdad y no quería recordarlo.
-Cuando llegué, pensé que te habías ido –admitió- pero vi tu vestido y empecé a buscarte. Y como el agua se removía, me metí y fui a tu encuentro –hizo una pausa-, esa cosa que te agarró de la pierna huyó en cuanto me vio. Era negra y diabólica… estabas inconsciente cuando te llevé fuera –me estrechó la mano – no pude permitirme pensar que había llegado tarde… -carraspeó y se aclaró la garganta.
Mi corazón estalló con sus palabras. Suspiré.
Nos quedamos en silencio un rato pensando en lo sucedido.
Recordé algo importante en la historia.
-¿Para qué te necesitaba ese Markson? –pregunté.
-Markson es el mercader que te regaló a Butterfly. De vez en cuando nos hacemos favores. Él me consigue nuevas mercancías y yo soy su “manitas”. Pero que se le hubiera roto una rueda del carro no era una urgencia “inaplazable” –dijo, imitándole con rencor irónico.
Así que el simpático mercader se llamaba Markson… ¿a qué me recordaba ese nombre? Markson, Mark, Marks… ¡Max! ¡La reunión! ¡Se me había olvidado por completo!
-¿Qué hora es? –pregunté, ansiosa. “Esperemos que pronto”.

Max había sido muy simpático, pero estaba segurísima de que no quería verle enfadado.

Capítulo 17

Extravagancias


Surcaba las olas. Llegaba a distancias muy profundas. Podía respirar. ¿Podía respirar? ¡Podía respirar! Exploraba los misterios más profundos del océano. 
Mi cola de sirena me conducía a donde yo quería llegar. ¿Mi cola de sirena? ¡Mi cola de sirena! Mis preciosas escamas brillaban bajo la luz del sol que bañaba el Gran Azul.
Seguí bajando más. Era maravilloso no tener que compensar. ¿No tenía que compensar? ¡No tenía que compensar!
Estaba llegando a mi destino: unas enormes rocas submarinas llenas de vida. Cubiertas de anémonas que movían su cabellera y corales multicolor que lo iluminaban todo.
Vi estrellas de todas formas. Peces payaso, calamares y pulpos. Anguilas. Napoleones. Gambas. Peces multicolor. Caracoles, rayas y esponjas. Doncellas y doradas. Cintas.
Pero no veía toda la roca. Era absolutamente imprescindible ver toda la roca, porque si no la veía, no descubría, y yo tenía que descubrir.
Bajé más y más, la luz del sol ya casi no llegaba a esa profundidad.
Aún así bajé más, y seguí bajando.
Entonces el Sol desapareció por completo y la roca con él. Genial.
Me detuve.
El agua, que antes estaba caliente, ahora era tan fría como el hielo y la cola me empezó a pesar. Ya no era ligera ni se movía con agilidad. Era una carga que me lastraba e incomodaba.
De repente, aparecieron dos grandes y brillantes ojos amarillentos de la nada. Los dos grandes y brillantes ojos amarillentos. ¿Por qué no me dejaban en paz? Volvían a por mí, estaba segura. ¿Qué querían? Se estaban acercando lentamente, como una leona antes de atacar una presa y devorarla.

Huí tan rápido como pude y subí, subí, subí.

La roca reapareció y el Sol volvió a iluminar mis escamas. Mi corazón iba a mil.
De la roca inmensa salió un extravagante pez multicolor que no había visto nunca.
Para mi sorpresa, empezó a hablar:
-Vamos, vamos –dijo. Su voz me resultaba familiar –vamos.
Parecía que me animaba a cruzar una meta.
-¿Quién eres? –pregunté.
El pez se acercó y me besó en los labios.
-Vamos, vamos –prosiguió. ¿De qué me sonaba tanto esa voz?- vamos.
-¿Sólo sabes decir eso?
El pez volvió a acercarse, pero esta vez en vez de besarme me golpeó en el pecho varias veces. Me dolía.
-¡Para! –le grité.
-Vamos, vamos –dijo, con su voz dulce, mientras seguía golpeándome –vamos.
Intenté esquivar sus toques, pero de nada sirvió: mi cuerpo no respondía.
El pez añadió a la secuencia de golpes y “vamos” los besos en los labios.
-Vamos, vamos –decía- vamos.
Entonces, se centró sólo en los golpes en el pecho. Dejó los “vamos” y los besos y siguió pegándome lo más fuerte posible.
-¡Para! –repetí gritando- ¡me haces daño!
Pero no escuchaba, estaba demasiado ocupado haciéndome picadillo.

Inesperadamente, mi cola desapareció y unas piernas la sustituyeron. Empecé a vomitar agua y más agua y noté aire en los pulmones. ¿Aire? ¡Aire!
El pez paró de golpearme. Susurró un “muy bien”, orgulloso de su trabajo y volvió a desaparecer por donde había venido.
Abrí los ojos.




Capítulo 16

Segundo ataque

Me sobresalté y caí hacia atrás, pero Will, rápido y distraído, evitó de nuevo la caída.
Emily se acercó. La disculpa en su expresión era evidente.
-Perdón.
Le sonreí con complicidad, como diciéndole que no pasaba nada.
-¿Querías algo, Emily?- dijo Will con cortesía, mientras se levantaba.
Emily no se andó con rodeos.
-Te buscan.
-¿Quién? –parecía extrañado.
-Markson. Me ha dicho que solo serán unos minutos, pero unos minutos urgentes. En la plaza del árbol –me dirigió una sonrisa- hola Jess.
-Hola –saludé.
Se giró hacia Will y le señaló con el dedo.
-¡Urgente!
-¡Vale, vale! Ya voy –me pellizcó la mejilla divertido –en seguida vuelvo.
No quería que se fuese.
-Vale –susurré.
Emily y Will se marcharon corriendo a velocidad supersónica.
Sentí una punzada en el corazón.
¿No estaría sintiendo algo por él?
Puede que sí, pero no estaba segura. Nunca nadie había hecho que mi corazón quisiera salirse de mi pecho.
Es que todos los chicos que yo conocía parecían rematadamente idiotas. Puede que algunos fueran guapos, pero estúpidos.
Will era diferente. No sólo me atraía como nadie físicamente, me encantaba su manera de pensar. Era muy singular. “No te cuestiones la existencia”, me había dicho.
Me gustaba pensar en él. Era una sensación cálida.
Recordándole, me quedé mirando el mar y me sentí impulsada a sumergirme en él.
Eran aguas mágicas, submarinas. Tenía que nadar entre ellas.
Me quité la ropa y me metí en el agua. A pesar de que fuera hiciese algo de calor, el agua estaba fresquísima.

Empecé a nadar, no como en mis entrenamientos, sino como me daba la gana.

El tacto del agua era muy suave y fresco, como si patinase entre las olas.
Pensé otra vez en Will, en nuestra conversación anterior, recordé a mi familia de nuevo y me detuve repentinamente.
¿Qué era de ella? ¿Estarían preocupados por mí?
No, seguro que no.
Todavía era pronto para volver. Era asombroso cómo perdías la noción de todo cuando estabas en Crystalraise. No sólo otro mundo, es que parecía que era otra vida.
Sonreí al pensar en Wen y Michel, mis dos hermanitos, siempre peleándose y siempre siendo yo quién tenía que separarlos.
No me parecía en nada a Wen. No sólo éramos distintas físicamente; siempre teníamos ideas opuestas y nunca estábamos de acuerdo. Aún así, la echaba de menos.
Y si a Wen la echaba de menos, ¡a Mike le añoraba muchísimo más!
Éramos como dos gotas de agua. La misma manera de pensar y de actuar.
Wen era como papá: rubia, ojos verdes, piel moteada… guapa, cómo no, siempre la envidié por eso. A mí y a Mike nos tocó ser como mamá. Brunos, castaños y de grandes ojos color chocolate. Vamos, de lo más normales. Wen y papá siendo bellísimos y extravagantes y nosotros tres del montón. Pero mi padre siempre me decía que no era verdad, que yo era única… ya... y qué más, lo decía para que me sintiera mejor conmigo misma porque sabía que no me gustaba ser del montón y los ojos marrones y el pelo castaño eran de lo más normales.
Ay, mi padre… también le echaba muchísimo de menos. Y a mamá también, por supuesto,  pero papá siempre era más atento y éramos más cómplices. Eso le hacía ganar puntos.

En cuestión de segundos, todo a mi alrededor cambió.
El cielo era cada vez más inalcanzable y cada vez más agua se interponía entre nosotros. No podía respirar, no veía las nubes.
La cosa que me había agarrado por la pierna como una garrapata no me soltaba. Me arrastraba a las profundidades como si su vida dependiera de ello.
Luchaba por subir a la superficie con todas mis fuerzas, inútilmente.
Mis brazadas eran débiles y no podía mover los pies.
El aire empezaba a faltarme y apenas podía compensar, me dolían mucho los oídos. Descendía muy rápidamente.
Empezaba a estar muy cansada y se me agotaban las fuerzas. Debía estar ya a unos quince metros de profundidad, más de lo que podía nadar a pulmón. Aunque lograse soltarme, ya no llegaría a la superficie con el aire que me quedaba. Sentí puro pánico. Siempre me ha aterrorizado ahogarme. Esa sensación de no poder respirar, esa sensación agobiante que estaba sintiendo y no poder hacer nada para evitarlo.
El oxígeno empezó a extinguirse y el agua me entró en los pulmones.
Me rendí. Dejé de luchar por subir. Ahora todo estaba negro y los ojos se me cerraban. ¿Cuántas veces moriría durante mi estancia en Crystalraise? No podía saberlo, no entendía cómo había podido escapar las últimas veces. Tal vez la fuerza misteriosa que había velado por mí aquellas veces (el submarino, el choque, el callejón…) también me salvaría esta vez. Vete tú a saber. Esa era la única esperanza a la que podía aferrarme.

Me estaba adormeciendo… apenas pude ver cómo era la criatura que me arrastraba a lo profundo: negra, difuminada y de grandes y brillantes ojos amarillentos.

Capítulo 15

Interrupción

-¿En qué piensas? –me preguntó Will, girándose hacia mí. Apoyó la cabeza su mano.
Le imité.
-En… cómo es todo esto posible.
Se encogió de hombros y se acercó más a mí. Nos mirábamos a los ojos.
-No pienses, solo… observa. A veces la magia se encuentra en no descubrir las razones de una existencia. Es mejor, simplemente, observarla. –me sonrió coquetamente, dándome a entender que él hacía lo mismo conmigo.
Sentía temblores constantemente, temblores agradables. Mariposas en el estómago. Electricidad.
Enrojecía y no podía hacer nada para evitarlo.
Y, claro estaba, todo lo causaba su presencia.
-Quizá tengas razón.
Se rió:
-Claro que la tengo.
Me reí con él.
Puede que fueran los nervios o puede que fueran las risas en sí; perdí el equilibrio y me tambaleé hacia delante. Pero Will, rápido, me sujetó con fuerza y me atrajo hacia si antes de caerme.
Sonreía.
¿Qué me estaba pasando?
Mi corazón enloquecía, palpitaba desbordado. Seguro que él también oía cómo intentaba salirse de mi pecho.
Debía estar roja como un tomate porque notaba el calor en mis mejillas, y que él no parase de mirarme a los ojos no ayudaba para nada.
Estábamos en silencio, tumbados sobre la arena. ¿Qué me estaba pasando?
Nunca me había gustado nadie, no sabía cómo era esa sensación.
Si era la que sentía en aquel momento, era la sensación más agradable que había tenido. Electricidad.
¡Pero si apenas le conocía! ¡No podía gustarme!
No…
Bajé la mirada y me fijé en sus labios. Aunque apenas le conocía, deseaba besarle.
Estábamos tan cerca que tenía que forzar la mirada para fijarme en su boca.
La tenía perfecta, fina y carnosa. Su aliento era dulce como su aroma.
¿Serían sus labios dulces también?
Quería saberlo, deseaba saberlo. No, no quería ni deseaba saberlo. Apenas le conocía.
Volví a mirarle a los ojos, azules como el mar.
-Will…-susurré.
-¿Qué ocurre?
-¿Cómo es todo esto posible? –volví a repetir.
-Yo tampoco lo sé. –susurró él.
Mi corazón aceleró. Su voz era tan especial…
Me acarició suavemente la mejilla, deslizando su mano hasta pararse en mi cuello.
Ya no podía mirarle a los ojos. Fuimos acercándonos el uno al otro…

-¡Will!


                            

Capítulo 14

Leyendas

Esa noche dormí inquieta. Tuve varias pesadillas.
En una de ellas la bruja volvía al poder y lo arrasaba todo. Gritos. Sollozos. Pérdidas.
En otro, Jace intentaba salvarme de una corriente. Los dos nadábamos y nadábamos, pero no conseguíamos avanzar. Era muy frustrante.
En un tercer sueño, Will me odiaba. No hacía más que gritarme que lo hacía todo mal. Yo lloraba y le suplicaba que no me chillase, pero no funcionaba.
El despertador me rescató. Volví a la realidad. La bruja estaba lejos, Jace me salvaba y Will no me odiaba. Yo le caía bien, estaba segurísima, ¿por qué si no invitarme a la playa?
Ansiaba el encuentro y no sabía por qué. Cada segundo que transcurría era un segundo menos para estar con él… ¿qué me estaba pasando?
Afortunadamente, los investigadores que exploraron el submarino destrozado encontraron mi bolsa entre los escombros y pude recuperar mis todas pertenencias.
Entre ellas se hallaba el bañador de competición rosa y negro. Lo había metido por cuestiones simbólicas, pero me alegraba de haberlo añadido al equipaje.
Me lo puse y me vestí con una camiseta vieja que siempre llevaba para ir a la playa. Era gris, un color vacío, pero era muy cómoda y, como me llegaba hasta las rodillas, no necesitaba llevar pantalones. Luego hurgué dentro del armario de la habitación y encontré unas chanclas multicolores que combinaban de miedo con la camiseta. Gris y multicolor. Sin duda Will pensaría que la moda no era mi fuerte.
Lysa, mi enfermera, me trajo el desayuno a las nueve y media. Charlamos un rato. Descubrí que le encantaban los animales. Se encariñó mucho con Butterfly, así que le pedí si la podía cuidar aquel día. Accedió encantada y se marchó con una Butterfly de cara apenada a atender a otros pacientes.
Me lavé los dientes y bajé por las escaleras. Estaba demasiado nerviosa como para estar quieta en el ascensor.
Cuando llegué abajo, él ya me estaba esperando, deslumbrante.
Una sonrisa enorme se me plantó en la cara.
-Buenos días –saludó, sonriendo también- ¿preparada?
-Así es.
-Vamos entonces.
Cruzamos por una parte del pueblo que aún no había visto, supongo que era una especie de atajo, porque no había casi nadie por las calles.
Sentía su cuerpo justo detrás del mío, próximo. Con una mano me cogía del brazo –y me producía descargas eléctricas- y con la otra me señalaba el camino.
Cuando llegamos a la playa, me di cuenta de que estaríamos solos. Era una playita pequeña, aislada del mundo (aún más).
-No sabía que había más de una playa.
El día anterior habíamos pasado por la que debía de ser la playa “principal”. Estaba justo al lado del pueblo, al contrario que esta, y era mucho más grande.
-Me gusta más esta –dijo, acariciándome con la mirada-, es más mágica.
Yo también veía la magia. El lugar era precioso.
Nos dirigimos a unas rocas de la orilla y él se sentó. Se quitó la camisa, dejando a la vista su torso musculado.
-El agua está caliente -me invitó.
-Preferiría acabar primero con nuestras... cuentas pendientes.
-Bien –empezó, con voz pícara- este era el trato: tú me dices quién eres y yo respondo a todas tus preguntas.
-¿Empiezo yo?
Asintió divertido.
Y así supo Will quién era Jessica Nichols, hermana mayor de una niña nueve años y de uno de siete; hija de un guitarrista y una economista; una chica estrafalaria con pocos amigos, pero contenta consigo misma; una chica que solo conoció a una abuela; una chica que tocaba el piano desde hacía ya muchos años, y una campeona de natación.
Cuando terminé de explicarle mi vida, contándole cómo había muerto mi hámster, ya estaba harta de hablar.
-Ahora te toca a ti –le acusé con el dedo.
-Vale- dijo riéndose- ¿qué quieres saber?
Pensé un rato. Tenía miles de preguntas rugiéndome en las entrañas. Empecé por la más evidente.
-¿Cómo empezó esto? ¿Por qué existe este mundo?
-Mmm, sólo puedo explicarte las leyendas sobre eso, nadie sabe a ciencia exacta cómo ocurrió.
Me acerqué.
-Escucho.
Me sonrió cautelosamente, temiendo que pensara que estaba loco.
-¿Has oído a hablar de los vampiros?
¿En serio? ¿Vampiros? ¡Qué original!
-Ahá.
-La leyenda dice que hace mucho tiempo un vampiro, que era científico, se odiaba tanto por ser como era que construyó Crystalraise para no matar a nadie más. Pero tuvo la buena o mala suerte de, justo antes de bajar, enamorarse de una humana. Y ella también se enamoró de él, evidentemente. Los dos se aislaron juntos del mundo.
>>Una vez aquí, fueron felices, pero al cabo de un tiempo, se sintieron solos. Era un mundo muy grande para dos personas y sólo habían podido traer semillas de plantas. Así que, como él era científico, combinó sus dos ADN, creando una nueva especie. Se dice que eran tan bellos, fuertes y rápidos como los vampiros, pero que se alimentaban como los humanos, dormían, tenían sangre caliente, eran mortales y su corazón latía. En otras palabras, eran la especie perfecta.
>> A parte de eso, también creó otras especies de plantas y animales, basándose en los que ya conocía.
El vampiro y su mujer tuvieron una feliz y próspera vida transmitiendo a sus hijos todos sus conocimientos e investigaciones.
Pero no todo lo bueno dura para siempre.
Un día la mujer enfermó muy gravemente. Estaba a las puertas de la muerte. El vampiro entristeció tanto que ya no quería vivir, no sin ella. Así que cedió el poder de la inmortalidad a su amada y le regaló su vida. El vampiro murió, pero la mujer vivió. En memoria de su gran amor, juró velar por Crystalraise eternamente -hizo una pausa-. Aunque es solo una leyenda, vuestra llegada lo ha revolucionado todo –me miró acusador-, nos estáis haciendo cuestionar si dicha leyenda es cierta o no. Fíjate en nuestras diferencias: te sonrojas, pareces más frágil…
-¿Y los ojos también tienen que ver?
-No, pero es pura lógica. Aquí hay menos luz y los ojos claros se adaptan mejor a la oscuridad que los oscuros. Es una simple adaptación, una entre muchas otras.
No fueron imaginaciones mías cuando el día anterior durante mi paseo pensé que la gente me dirigía miradas calculadoras. Ahora lo entendía: les estaba haciendo cuestionar su existencia.
Entonces se me ocurrió una idea para averiguarlo.
-Podríamos probar si es cierta o no esa leyenda.
Me miró con curiosidad.
-Te escucho.
-Ya que, en teoría, sois tan fuertes y rápidos como los vampiros, haremos un pulso y una carrera.
Sonrió divertido.
-De acuerdo. Empecemos por la carrera, que no quiero destrozarte con el pulso -se rió de mi mala cara - Ven -nos dirigimos a la orilla, donde la arena estaba más mojada y dura y era más fácil correr.- La meta: esa roca de allí –me la señaló con el dedo.
No había más de cincuenta metros, sería fácil. Algunos días mis entrenamientos consistían sólo en correr.
Me puse a su lado, ignorando a mi corazón desbordado como un fugitivo que escapa.
Me preparé.
-Uno… -empezó él.
-Dos… -seguí.
-¡Tres! –dijimos a la vez, mientras esprintábamos.
Pero él no corrió, él desapareció y volvió a aparecer al otro lado de la playa. No creía lo que veían mis ojos.
Yo, corriendo al máximo, llegué como cinco segundos más tarde y cinco segundos eran muchos.
No me lo podía creer. ¡Existían! ¡Existían de verdad!
Yo estaba cansada, él como una rosa. Me sonrió, enseñándome sus dientes perfectos.
-Creo que no será necesario hacer el pulso.
-No… me lo…creo –dije, aún cansada.
-¿Sabes qué? Yo tampoco –se rió ante mis resoplos- anda, siéntate.
Me tumbé sobre la arena y miré el cielo, o lo que debía serlo. Mi verdadero cielo estaba kilómetros y kilómetros más arriba, pero yo necesitaba descubrir más, más y más.
-Cuéntame -le pedí ansiosa.
Se tumbó junto a mí, mirando al cielo.
-¿Qué quieres saber?
-Si el científico os enseñó sus conocimientos, no me cabe duda que calculáis el tiempo igual que nosotros, pero ¿cómo se hace de día y de noche?
-Hay un mecanismo en el corazón de Crystalraise que filtra la luz que viene del agua. Si allí arriba es de día, aquí es de día también; si es de noche, aquí es de noche.
Antes sólo había luz, pero no teníamos Sol. Ahora sí, nuestro Sol es la luz que ahuyenta a los Negros.
La estaba mirando, su luz, su Sol, su esperanza. Era hermosa y brillante. Blanca. La luz que vi el primer día. Entonces solo me fijé en que había un Sol y nada más. Ahora le tenía mucho más respeto.
Aquella luz, aquel Sol flotante, era la única esperanza de Crystalraise.
El último hilo de una piñata. Si tiras de él, todo se desmorona.
La anciana se estaba debilitando y cuando falleciera el Sol moriría con ella. Todo se oscurecería.
Tenía que haber alguna manera de derrotar a la bruja, de volver la paz a Crystalraise.
Si la anciana había podido ahuyentar su ejército negro, seguro que sabía cómo derrotarla. Tenía que hablar con ella y averiguar cómo vencer a la oscuridad que acechaba a mi nuevo hogar. Crystalraise no podía vivir atemorizada eternamente y como yo no había vivido la última catástrofe, no conocía los poderes de la bruja y no les temía.

También tenía cierta curiosidad por saber quién era esa anciana extraña que tenía poderes mágicos.