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N O V E D A D E S

º¡Capítulo 26!

ºNuevo relato corto: Senderos del destino.



Sendero del destino

El túnel parecía no tener fin. Caminaba y caminaba, pero no parecía servir de algo. Lo único que veía era un fino hilo de luz al final de una distancia interminable, sumida en la oscuridad.

Y el hecho de no saber hacia dónde se dirigía o si el camino terminaría algún día duplicaba la distancia y la sensación de soledad. De por algún lado caían gotas, si eran de agua no lo podía saber nadie. De una cosa estaba seguro: si aquél lugar era una alcantarilla, estaba ya demasiado lejos de casa.

Al fin, pudo percibir como a cada paso la luz iba engordando y empezó a ensanchar los pasos para darse más prisa.

Después de un momento de ceguera causado por la densa luz, pudo percibir la enorme belleza que tenía a tocar de los pies.

Entonces, todos sus anteriores propósitos, aquellos que durante su larga y confusa travesía se habían deteriorado, parecieron volver a recobrar sentido y suspiró con alivio al darse cuenta que había llegado a su ansiado destino, y sobretodo, al darse cuenta que era exactamente como había soñado.

Un sol brillante y orgulloso colgaba de un cielo ennegrecido. Miles y miles de estrellas verdes estaban cosidas en lo oscuro, formando entre ellas una telaraña brillante.

Caminaba sin darse cuenta, sin darse cuenta que sus pies se habían desconectado de su cuerpo y habían adquirido voluntad propia. Sus ojos querían salirse de sus órbitas, para contemplar todo a la vez desde una y otra perspectiva, sin dejarse el más mínimo detalle.

Estaba paseando por entre el camino de chocolate; sabía que era chocolate, pues era así cómo lo había soñado, y su aroma era inconfundible.

Se adentró en el espeso bosque, tan alto que parecía no terminar nunca, pero sin embargo, nunca dejaba de ver el cielo.

No sin dificultad, pudo divisar unas pequeñas casas de madera entre las cimas de los árboles, a metros y metros de altura del suelo.

Con asombro, se dio cuenta que unos seres muy extraños habían salido tímidamente a visitarle. Lo que más le llamó la atención: sus ojos. Aún y estando tan lejos, percató en que eran tan enormemente grandes que les cubrían tres cuartas partes de los rostros, y para su sorpresa, eran completamente inexpresivos.

A la velocidad de la luz, una escalera de terciopelo bajó por las ramas, al lado del amplio tronco del árbol: le estaban invitando a subir.

Sin vacilar, se subió al primer peldaño y empezó a escalar. La verdad es que no era nada fácil subir por esa escalera, se movía muy brusca a cada subida y daba la constante sensación que iba a deshacerse en cualquier momento, tan fina como era. Pero no fue así.

Miraba atónito los rostros impasibles de los seres que le aguardaban a la cima del árbol, ahora ya sin fijarse en el resto del paisaje; sólo ellos merecían su atención.

En un momento de descuido, se agarró mal a la tela y se vio cayendo hacia abajo, consternado e histérico. No le importaba caer, le importaba no llegar a la cima, tener que volver a empezar, ya que cuando había caído ya estaba a más de la mitad.

Esperó el suelo nervioso, pero no parecía llegar. En realidad, podría ser que estuviera flotando en la nada, ya que no se movía nada excepto un viento fuerte y brusco que quería impedir que cayera.

Como veía que nada pasaba, intentó aserenarse y se durmió.





Cuando abrió los ojos, ya había llegado al suelo, pero ese suelo era muy distinto al que había dejado. Era frío, y cínico.

Y la atmósfera también.

Montones de coches pasaban raudos encima del asfalto y un arsenal de gente atareada caminaba metódicamente por entre las calles abarrotadas de ruido y contaminación.

Desdichoso, vio que aún sostenía en su mano derecha el cigarrillo y que el periódico que había cogido a toda prisa era del día anterior.


Martina Llop Salas  01/06/2013Artà

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