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N O V E D A D E S

º¡Capítulo 26!

ºNuevo relato corto: Senderos del destino.



jueves, 8 de agosto de 2013

Capítulo 26

Magia terrorífica


-¿Te ayudo? –preguntó Will, gentilmente. Montar tiendas nunca había sido lo mío. Y Emily estaba ayudando a Jace. ¡Pero en qué estaría pensando!
-¿No tienes que…? –me giré para señarlarle su tienda, pero vi que ya la había montado-. No me vendría mal ayuda –admití, encantada de pasar más tiempo con él.
Me miró divertido y se situó justo detrás de mí, piel rozando piel, para recolocar los palos que sostendrían de techo. Sentía como si me rodease con sus brazos y torso musculados, protegiéndome de cualquier peligro. Ese detalle me hizo sonreír.
-¿Con quién vas a dormir tú? –pregunté, con curiosidad.
-Con Kail –otra larga mirada. Él tampoco parecía querer dormir con quién le había tocado.
Estuvimos un rato en silencio, él trabajando y yo ayudándole con lo que podía.

Cuando terminamos de montar la tienda, entré dentro para guardar mis pertenencias. Los crystalraisers tenían un sexto sentido del espacio. Juraría que cuando entré la tienda había doblado su tamaño. Era muy primaveral. Tenía azulejos y flores violetas pintados en las paredes elásticas y el suelo estaba hecho de alfombras de tonos verdes. Había un pequeño escalón que llevaba a un especie de cavidad que serviría para guardar cosas. El estilo de Emily.
Como esta se había perdido por ahí con Jace, fue Will quién me ayudó a colocar las cosas dentro. No teníamos la mochila de Emily, así que sólo ordenamos las mías. Él ya lo había hecho todo. “¡Pero qué rapidez!”. Cada detallito de esos hacía que cada vez me sintiera más atada a él.
Entre los dos conseguimos meter el enorme colchón doble que Emily había traído y lo situamos en una esquina. Aún y siendo enorme, todavía quedaba mucho espacio. Cuando me tumbé encima, me pareció oler a rosas dentro.
Improvisé unas sábanas con los sacos (Emily sí había dejado su saco ahí) y Will iba sacando cosas de la mochila. Ropa sobretodo.
-Caramba, hasta me dan ganas de dormir ahí –dijo, fijándose en mi trabajo. Yo sólo me sentí capaz de reír. ¿Por qué tenía que dormir con Emily? Aún así, tampoco podía preguntárselo sin más, qué vergüenza… - ¿qué es esto? –había sacado mi diario de la mochila.
Me acerqué.
-Mi diario, mi padre me lo regaló.
-¿Un diario?
-¿No sabes lo que es un diario? –dije, sorprendida.
Me miró curioso. Sus ojos eran de mi color favorito, como un mar claro en un día soleado.
-Pues… -continué- para inmortalizar recuerdos, escribimos nuestro día a día en un libro, un libro como ése –señalé al libro morado.
Lo ojeó.
-Está en blanco.
-Ya… se me había olvidado que lo tenía, pero lo traje para escribir algo.
Lo guardó cautelosamente en una estantería y continuó sacando cosas.
-¡Hola chicos! ¿Qué hacéis? –Emily se asomó con una sonrisa en la cara.
-Nada, colocar un poco todo esto, ya que tú no aparecías… -bromeé.
-¡Jess! ¡Lo siento mucho! Estaba… he perdido la noción del tiempo –parecía nerviosa y feliz. - ¿puedo ayudar en algo todavía?
-No hace falta Em –Will le acarició el brazo afectuosamente- ya casi hemos terminado.
Ahora los dos estábamos sacando la ropa y la ordenábamos en cuatro montones, según si eran camisetas, pantalones, ropa interior o ropa de abrigo. Los zapatos los poníamos abajo a un lado.
-Em, ¿quieres que te guarde la ropa? –pregunté.
-¡No, boba! Podéis iros, lo que quede ya lo arreglo yo, con el esfuerzo que habéis hecho montando la tienda…pero qué despistada soy, madre –nos guiñó un ojo y prácticamente nos empujó fuera de la tienda
-Vaya… -se me escapó.
-Bien… ¿vamos con los demás? –sugirió Will.
Habíamos caminado todo el día y ya casi estaba oscureciendo.
-De acuerdo –dije, aunque en verdad quisiera pasar más tiempo a solas con él.
Pero para compensarlo, me rodeó con un brazo durante el camino. Eran apenas diez metros, pero fue suficiente para gustarme.


Liam y sus amigos habían encendido una hoguera y habían colocado una serie de cinco troncos largos alrededor. Los demás ya habían montado las tiendas y habían desempaquetado. Algunos hasta habían tenido tiempo de ir a pescar al lago y estaban cocinando unos peces tan raros que no supe identificar. El campamento ya era un campamento.
Vi a Jace sentando en un tronco al lado de sus amigos comiendo un bocata que debía medir medio metro. Otra característica de Jace, comía más que un oso pero no engordaba ni un gramo de más.
Fui a sentarme a su lado y dejé a Will hablando con unos conocidos suyos que nos habíamos encontrado. Era encantador aún y no queriendo serlo.
-Jess –dijo Jace cuando me senté -¿Has terminado ya de montar la tienda? ¿tienes hambre?
-Después de esta maratón…¡quién no!
-Ya, también ha sido duro para mí –rió y me dio un trozo del bocata que se estaba comiendo.
-Incluso para ti –señalé, mordisqueándolo.
-Incluso para mí –reconoció.
No sé de qué estaba hecho ese bocata, pero sabía a carne, queso y tomate.
El sol ya se había escondido y la luna se había asomado. Los troncos ya estaban llenos, todos se habían acercado a cenar.
Cuando Emily vino, con una sudadera verde que le iba grande puesta, se sentó a mi lado y charlamos como no lo habíamos hecho nunca. Era la vez que la veía más animada y me fijé en que cada vez que Jace hacía un comentario sus ojos brillaban. 
No tenía frío, ya que la hoguera calentaba mucho, pero seguro que si te alejabas las temperaturas eran mucho más bajas. 
Probé un poco el pescado del lago, parecido al lenguado, y me comí un par de frutas moradas rechonchas y jugosas que respondían al nombre de fancirs.
Will estaba al lado de Emily, hablando con Kail, Ivy y Claire y comiendo tanto o más que Jace. Claro, como era tan corpulento… 
Incluso cuando entre nosotros sólo estaba Emily le extrañaba.
Los árboles eran centinelas gigantescos que nos guardaban del viento; no había tierra, sólo hierba y flores. Se sentía el crepitar del fuego y el correr del agua del lago. Decía la leyenda que ese lago era pacífico y quieto durante el día, pero por la noche se despertaba rugiendo, pues las criaturas que lo habitaban eran nocturnas.
El vino iba corriendo de boca en boca. Cuando me llegó a mí aproveché para echar un traguito. No había nada de malo en ello, no era la primera vez que bebía. Pero sí era la primera vez que bebía vino y no supe decir si era el vino en si que era delicioso o era el vino crystalraiser. El caso fue que no sólo tomé un trago y Jace tuve que quitar la botella de las manos.
-Por hoy es suficiente –carcajeó.

-No te preocupes –señaló Mark –este vino tiene muy poco alcohol. ¡Estamos rodeados de adolescentes, tampoco somos tan irresponsables!
Y más risas de nuevo.
-Aún así, soy tu –recalcó el "tu" con énfasis- responsable.
Cuando todos terminamos de cenar, se levantó un hombre de unos cuarenta años, de facciones alegres y postura chistosa; pidió silencio cómicamente con las manos y volvió a sentarse en el tronco.
-Hace miles de años, cuando Crystalraise aún era joven y sólo un gran y salvaje bosque la gobernaba, existían criaturas oscuras. Las Innombrables. Los cabeza rojos, los travesillos, los brybauds... todos esos eran menores. Quién realmente te ponían los pelos de punta eran Los Negros.
>> ¿Son hombres? ¿Son espectros? Ninguna de las dos cosas, pues nadie se ha atrevido nunca a descubrir qué hay debajo de esas sábanas de humo negro. Pero hay quién dice que si los destapas, sólo un corazón negro, pequeño y putrefacto es cuánto ves, y se desintegra al contacto con el aire. Estos seres reinan en la oscuridad, pues no soportan la luz del sol. Eso sí es seguro: cuando se encuentran a suficiente distancia de un mortal, le succionan el alma despiadadamente, sin inmutarse. Y entonces sólo es capaz de vagar de aquí hasta allí, escondiéndose en lugares oscuros, lejos de la luz del sol, pues empieza a resultarle muy molesta, a medida que pierde facciones y su corazón empequeñece y se hiela. Y entonces se convierte en un señor de la noche, listo para besar a más mortales.
>> Son seres solitarios, y lo único que buscan es alimentarse, pues no hay nada más jugoso que un ser vivo. Los animales les sirven, pero su plato favorito somos nosotros. Vagan en solitario, excepto cuando algo o alguien les une por una causa común. Y todos sabemos a quién le interesa unirles… cuidado, ahora no nos protege el Sol, y no todos los Negros se refugian en la Montaña Prohibida. Sabemos que los Innombrables ahora sólo se esconden al otro lado del bosque… ¿pero quién sabe si alguno anda perdido por aquí cerca? Las noches son largas entre estos árboles…


Y concluyó su relato. Nunca había sido partidaria de ignorar las historias de miedo. Pero el caso era que esas criaturas existían realmente. Y ahora tenía los pelos de punta.
Aún y así yo parecía la única alarmada, ya que fue cuestión de pocos segundos que la atmósfera se alegrara otra vez, así que intenté disimular.
Más tarde sólo se oían canciones, risas y chistes de borrachos, como si ese hombre nunca hubiese contado ninguna historia. De hecho, ese hombre era el que iba más ebrio de toda la pandilla.
Tenía exactamente la pinta de ser un cuenta cuentos. Su mostacho negro y ondulado le daba aires de domador de leones; sus ojos grises tenían chispas perspicaces y tenía una forma de vestir muy peculiar. Todo él era un tópico.
En fin, supongo que estaba un poco paranoica. Si ellos, que habían vivido el ataque en carne propia, bromeaban sobre ello, no tenía por qué preocuparme. Aunque a veces, para esconder el miedo, lo que muchas personas hacen es ignorarlo o reírse de él. Y si ese era el caso el ambiente era inquietante y retorcido.

Pero lo dejé ir y canté con los demás, aún y no sabiéndome la letra. Canciones tristes y alegres, de amor, de amistad, de heroísmo y de traición… iba aprendiendo su cultura poco a poco. Un joven había traído un instrumento y nos acompañaba.
Al cabo de unas dos horas ya empezábamos a tener sueño y algunos ya se habían retirado a sus tiendas. Cada una diferente a la otra. Por eso me gustaban tanto.
Sentí que alguien me tocaba el hombro, reclamando mi atención, y me giré. Era Will.
-Sígueme –me susurró al oído – quiero enseñarte algo.
Se fue sigilosamente entre unas ramas. Le seguí, sin saber muy bien qué estaba haciendo.
Caminó por entre la oscuridad un rato y luego se giró para esperarme. Cuando me acerqué, me cogió de la mano con un simple gesto que me pareció tan natural como respirar. Me dijo que esperara. Tenía un brillo en los ojos que me hacía sentir especial.
El silencio pareció hacerse eterno. Sólo oía nuestras respiraciones. Pero luego, oí una campanilla. Y otra, y más sonidos insólitos.
Will se sentó sobre la hierba y yo le imité. Casi me cubría la cara, pero a él apenas le llegaban a la barbilla.
Entonces, todo se llenó de colores. Azul, morado, verde, ocre, rojo, rosado, púrpura… motitas de colores. Parecían luciérnagas, pero las luciérnagas no tintinean. Una motita se apoyó en mi mano. Y entonces pude apreciarla. Eran… ¡hadas!
Me había quedado sin palabras. Muda.
-Cada noche salen del árbol –murmuró Will, señalándolo – descubrí este lugar cuando era pequeño.
-Son…bueno, son…en mi vida había visto algo así.
El hada que tenía en la palma de la mano empezó a reír. Era turquesa, mi color favorito. Medía unos dos centímetros y propagaba mucha luz. Luego, se fue volando. 
Emily me había contado en una ocasión que cuando su padre vivía, en una de sus expediciones encontró un hada violeta y la domesticó. Las hadas violetas eran las más difíciles de encontrar y las más indomables, pero él pudo, ya que era un explorador avanzado. En teoría, para domesticar un hada tenías que hallar la forma de ganarte su confianza. Y eso era francamente difícil, porque cada hada era diferente. La de Emily se llamaba Violet, ya, no muy original decía, pero sólo tenía tres años cuando se la regaló. Evidentemente, todo eso fueron palabras de Galadryel, pues ella no recordaba nada de su pasado.


Me levanté y me acerqué al árbol. Era anciano y poderoso. Por un agujero salían hadas y más hadas. Fuera, parecía un festival de medianoche. Todo eran lucecitas que bailaban flotando de aquí hasta allí y se reunían en pequeños grupos para charlar sobre lo que fuera que charlasen las hadas.
Me asomé por el agujero. Nunca había mirado dentro de un árbol, pero de haberlo hecho seguro que no se parecería en nada a lo que yo estaba viendo. Ese árbol era su hogar, su escondrijo. Podía ver camitas hechas con pétalos de flor y nueces y una fuente de sabia. Las ramas eran escaleras, toboganes y barandillas y las hojas, puertas y ventanas. No necesitaban luz, pues ellas mismas se la propagaban. Te hacía ganas ser pequeño de repente y poder vivir allí, escondido de cualquier peligro.


Sentí una respiración sobre mi hombro. Me giré lentamente, palpitando, y le miré, tan bello como siempre, apoyado sobre el árbol grueso con las manos; yo, en medio. Empecé a ponerme hiperventilar y seguro que me subió la temperatura. Oí un susurro. Podía haber sido la brisa, el viento, pero me alarmé igualmente, buscando de dónde pudiera proceder.
-¿No te habrá metido miedo el viejo Jon? –sugirió, como si la idea le divirtiese.
-No –mentí.
-No debes preocuparte –me apartó un mechón de pelo con suavidad, tal y como si estuviese cazando – No se acercarán mientras el Sol exista –me sonrió – y si no, tampoco debes preocuparte –se acercó, susurrando- porque yo te protegeré.
-¿Y quién te protegerá a ti?
-No necesito que nadie me proteja –río. Apoyó su frente contra la mía, cerrando los ojos- no soy diez veces menos fuerte y rápido que el resto de los crystalraisers.
A cada palabra le quería más. Su instinto protector, su voz, su ingenio.
Tenía ganas de besarle. Besar esos labios perfectos y carnosos, degustarlos y fundirme en ellos.
Y me gustaba que él pareciera querer lo mismo. Sobre todo eso. Me emocionaba.
Y sólo estaba a poco centímetros de conseguir lo que deseaba. Sólo había algo que me lo impedía.
-Will –susurré. Como no respondió, continué – Will, no. En la reunión se acordó…
-Sé lo que se acordó –ambos teníamos los ojos cerrados, pero nos veíamos.
-No podré quedarme aquí –gemí- No serviría de nada… sólo nos haremos daño.
-Me da igual –murmuró, consternado.
-Will, me borrarán la memoria.
-Da igual.
-No recordaré nada.
-No importa.
-No me volverás a ver.
No respondió. Pareció dejar de persistir, y eso me rompía el corazón. Pero parecía a punto de romper el árbol. Su árbol. Seguro que sería capaz. Aunque probablemente en todo ese mundo todos los seres y objetos estuvieran a la altura de la dureza de los crystalraisers…
Le rodeé el cuello con los brazos. Suspiró, como rindiéndose.
Ojalá pudiese congelar este momento.
Pero si lo hubiese congelado, no hubiera ocurrido nada a continuación.
Casi con brusquedad, me empujó contra el árbol y me rodeó la cintura con sus brazos poderosos.
Parecía que el oír que no me volvería a ver le hubiese dado motivo para besarme como si el mundo estuviese explotando y sólo fuese cuestión de segundos que desapareciésemos.
Yo no se lo impedía; al contrario, yo bailaba con él.
Lo apretaba contra mí con todas mis fuerzas, temiendo que alguien pudiese arrebatármelo. Le rodeaba el cuello con un brazo y la estiraba el cabello con la mano del otro.
Los dos suspirábamos cuando teníamos tiempo de respirar.
No podía pensar en nada más que en él y en cómo me besaba, cómo me acariciaba, cómo me reseguía cada curva, cómo suspiraba y cómo me besaba.
Todo en ese momento se centraba en él. Ni siquiera las hadas, que me había fascinado hacía apenas unos minutos y ahora cantaban y danzaban a nuestro alrededor, podían reclamar mi atención…sólo él.
Me gustaba gustarle. Me gustaba que me quisiese sólo para él.
Cuando ya no desconfiaba que se fuese, solté las manos de su cuello y le quité la camiseta tan rápidamente como su abrazo me permitió para repasarle todo el torso amplio y musculado, tal y como había deseado hacer desde hacía tanto tiempo, acariciándolo de arriba abajo.
Él luego me cogió por la cintura y me impulsó hacia arriba. Yo le rodeé por abajo con las piernas y nos acercamos aún más. Ahora yo era más alta que él y nuestros pechos estaban en contacto. Ambos corazones latiendo como uno sólo; yo sentía el suyo y él debía sentir el mío.
Me cogía por abajo con ambas manos para no dejarme caer, como si de un bebé se tratase, pero a un bebé no se le besa así.
Sus labios no sabían cómo había imaginado. Me sentía la más afortunada del mundo por poder besarlos. Sí que eran dulces, pero ardían de pasión; incansables como el mar, pedían más y más. Y me estremecía al pensar que eran a mí a quién querían. No podía creerme que al fin estuviese sucediendo. Ahora le acariciaba la cara, una cara bella que me pertenecía.

 


Ya no eran escalofríos de miedo lo que recorrían mi cuerpo, sino escalofríos de placer, pasión y amor. A cada segundo tenía más y más calor, y a pesar del frío y de estar sin camiseta, él estaba muy caliente. Y eso me gustaba.



martes, 21 de mayo de 2013

Capítulo 25



Caminata




Y volví a enfermar. Me subió la temperatura, nada más, pero tuve que quedarme en la cama todo el rato, aunque en parte se debía a que los médicos Crystalraisers no conocían del todo mi anatomía.
Enfermé de tanta actividad cerebral, pensando todo el día, enfermé de nostalgia al ver que todo se perdería y enfermé al darme cuenta, por encima de todo, que no podría entablar amistad con ningún Crystalraiser, ni con Will. Sobretodo con él. Debía alejarme de ellos y por eso enfermé.
Pero aún y sabiendo qué debía hacer, me dejé llevar por mí misma al ver que todos ellos (Will, Emily, Claire, Kail, Jace, Markson, Max… e incluso Ivy se asomó por allí) venían a visitarme con frecuencia. Además, también conocí a los amigos de Liam, unos tipos estupendos. Eirel, Marlock y Sinan. Y también conocí a su novia Grace, quién también me cayó estupendamente. Parecía la chica popular del instituto, pero sin darse cuenta de ello, humilde. En mi opinión, todas las personas deberían ser como Grace. Pero había tantos y tantos tipos de diversidad…
Jace me visitaba por la mañana, se tumbaba a un lado de la enorme cama y recordábamos anécdotas divertidas de esos tantos años que habíamos pasado juntos. Me daba de comer y cuando notaba que el sueño empezaba a embrumar la mente me cantaba la canción que siempre me cantaba para animarme antes de cualquier competición.
Max y Markson también venían por las mañanas y charlábamos los cuatro sobre Crystalraise y sobre cómo era el mundo allí arriba. Y Markson nunca dejaba de sorprenderme con sus preguntas (¿Cómo definirías tu personalidad? ¿Eres honesta contigo misma? ¿En las ocasiones de peligro cómo actúas? ¿Qué es lo primero que piensas?). Pero aún así me caía bien, como casi todos los Crystalraiser.
Y Max me fue revelando más detalles de Crystalraise a cada visita, detalles que la hacían aún más cautivadora. Sus festivales, sus manjares, las personas importantes, su historia, sobre la Institución de enseñanza (el colegio)… era fascinante. Incluso un día trajo un mapa y me enseñó cómo se llamaba cada rincón y por qué era especial. A cada día que pasaba sentía más la sensación de conocer Crystalraise como la palma de mi mano, como si hubiera nacido y crecido allí… que me hubiera encantado.
Por la tarde venían los demás, ya que por la mañana iban a clase. No todos venían cada día, pero Will y Emily sí. Me hablaron de ellos y descubrí más sobre sus vidas. Emily tenía mi edad, pero Will era un año mayor. Él vivía con sus padres y su hermano, y tenía un tal yorukiws como mascota. Por cómo me lo describió, supuse que era una especie parecida a los perros, pero diferente en muchos aspectos. Era deportista como yo, pero era atleta, no nadador. Y también tocaba un instrumento, el pawfryel, que esa vez no tuve ni idea de qué instrumento se trataba. Era exasperante, aunque absolutamente normal,  no tener ni idea de qué significaban algunas palabras.
Siempre que venía a visitarme se sentaba en mi cama y no me quitaba los ojos de encima desde entonces, obligándome a rendirme a sus pies como su esclava, sin poder evitarlo. Me entumecía los pensamientos con su voz y su aroma, y me avergonzaba de mi misma cada vez que daba una respuesta estúpida.
como ya sabía Emily vivía con Galadryel, , pero pasaba más tiempo fuera que dentro. Bailaba genial y tenía una voz increíble. Pero sobretodo, como ya había descubierto, lo que se le daba mejor era la gente. Tenía una empatía fuera de lo normal y se entusiasmaba por cada nimiedad.
Pasaron las semanas y mis propósitos no salieron bien: no conseguí alejarme de Will y, para rematarlo, intimé con los demás. Claire y yo descubrimos que teníamos muchas cosas en común y nos acercamos la una a la otra, dejó de ser tímida y se conviertió en una de las mejores amigas que nunca había tenido; Markson me divertía con sus preguntas extrañas y sus espectaculares trucos de magia; Kail me robaba carcajadas con sus comentarios sarcásticos y sus chistes, y otros muchos Crystalraisers más que conocí empezaron a robarme pedazos de un corazón que engordaba a medida que entraban más y más Crystalraisers en mi vida.
Emily se conviertió en mi mejor amiga y también le cayó muy bien a Jace. Veía cómo reían los dos juntos y las largas conversaciones animadas que mantenían.
Y me dolía físicamente el hecho de intentar alejarme de Will a pesar de no querer. Era tan elcuente, tan atento, dulce, fuerte… no me parecía real.
Entre todos ellos consiguieron alejar mis preocupaciones, las que me habían hecho enfermar. Al cabo de poco tiempo me dieron el alta. Justo a tiempo, porque:
-Sí, cada año cuando empieza la primavera organizamos una –Liam nos contagiaba a todos con su espíritu aventurero- en el Bosque Encantado, al lado del lago. Son cinco días, durante las vacaciones de Holly.
¡Nos íbamos de acampada!
Éramos un gran grupo: yo y Jace, mis amigos, el grupo de Liam, algunos más de los cuales sólo sabía su nombre y algunos adultos para supervisar. Unas veinticuatro personas.
Ya lo teníamos todo planeado: yo dormiría con Emily. Las tiendas eran de dos así que… aunque deseara dormir con Will –y viera cuánto habían cambiado mis intereses (y deseos…) en sólo un mes de estancia en Crystalraise-, debía pensar en nuestro propio bien. Y nuestro propio bien era no querernos el uno al otro, y no lastimarnos cuando yo tuviera que marcharme para no volver nunca jamás.
Una parte de mí me pedía a gritos que disfrutara de todo mientras pudiera, pero la otra contraargumentaba diciendo que así sería menos doloroso. Tan mismo, yo no recordaría nada… pero Will sí. Y yo no quería ser una persona egoísta.
De momento me centré en la acampada que ocupaba el noventa por ciento de mis pensamientos, que tan ilusionada me tenía.
Will me había dejado una de sus enormes mochilas para meter todas las cosas que iba a necesitar durante esos cinco días.
Esa fue la primera vez que curioseé entre todas mis cosas desde la explosión, las cosas que habían sobrevivido.
Metí unas siete mudas, un bikini azul marino que me había dejado Emily y un par de toallas, ropa interior, mi neceser naranja, unas sandalias y unas bambas de recambio, mi pijama blanco y ropa de lana por si hacía frío por la noche.
Cuando iba a meter el último jersey, algo cayó al suelo.
Era el diario que me había regalado mi padre al ganar la expedición, para que escribiera el más mínimo detalle de mi pequeña aventura submarina. La escena me vino a la mente…


No cabía en mí. ¡Había ganado! ¡Había ganado de verdad! Notaba la mirada envidiosa de las demás clavada en la nuca, pero no les hice ni caso. ¡Estaba eufórica! Jace, radiante, vino corriendo hacia la escalera y me ayudó a subir.
-¡Jess! –gritó, mientras me asfixiaba con uno de sus abrazos de oso. ¡No sabes lo orgulloso que estoy de ti! ¡Muy bien, muy bien! Aunque en la última serie la técnica dejó que desear, ¿eh?
-Ah, ¡no seas aguafiestas! –bromeé- ¡Que había más de dos-cientas nadadoras compitiendo!
-Lo sé, lo sé –me dio su beso de después de cada competición. En la frente, siempre en la frente.
Entré al vestuario para cambiarme a toda prisa para la ceremonia. Estaba temblando. Aún no lo creía…
*   *   *
-… y en primer puesto y campeona juvenil del estado de Georgia… ¡Jessica Nichols! –anunció un hombre por megafonia.
Subí tintineando al podio. Sonriendo, busqué la mirada de mi padre entre la gente y lo vi allí, radiante de orgullo, guiñándome un ojo. El hombre que entregaba las medallas me dio la enhorabuena, nos dimos dos besos y me colgó la medalla del cuello. Me pensaba que eso era todo, pero luego se acercó de nuevo con tres grandes trofeos y nos dio a cada una el suyo. ¡Un trofeo! Lo único que había ganado hasta entonces eran medallas…
-No se vayan, ¡que aún quedan más sorpresas! –el hombre de la megafonia volvió a hablar- Señoras, señores, acabamos de presenciar la competición estatal de natación femenina juvenil. Un total de doscientas setenta nadadoras de la categoría han competido y nos sentimos orgullosos al anunciar que esta edición ha sido la más participativa desde su comienzo. Y el CNA acordó que, antes de la competición nacional, todas las ganadoras estatales participarían en una expedición amistosa subacuática, una especie de viaje de estudios. ¡Enhorabuena!
¡¿Qué?! ¡¿Una expedición?! ¡En un submarino! ¡Eso sí era una sorpresa!¡Con lo que me gustaba a mí el océano! ¡Ahora iba a submergirme en él! ¡A explorar sus entrañas!
*   *   *
-Jess, este es mi regalo de despedida –me susurró papá, dándome un hermoso diario morado. Su tacto era suavísimo, como de felpa –quiero que me escribas cada detalle, por tonto que sea, de tu aventura, aunque seas la única adolescente que al final vaya, sé que lo pasarás estupendamente.
-¡Gracias! –dije, casi llorando. Le abracé y me besó el pelo.


Aún no había escrito nada. Estaba en blanco. No lo habia hecho a drebe, esque se me había olvidado completamente.
Cuando hube terminado de llenar la mochila, fui a la habitación de Jace para ver cómo lo llevaba él y por ayudarle si le hacía falta.
Pero cuando entré vi que ya había alguien ayudándole.
-¡Jess! –exclamó Emily. ¿Cuándo había venido? Parecía sorprendida de verme ahí. ¡Si vivía justo al lado! -¿ya tienes la maleta hecha?
Jace le pasaba prendas de ropa y ella las metía. Asentí, desconcertada.
-¿Os ayudo? –pregunté, inecesariamente.
-No hace falta –intervino Jace- creo que casi hemos terminado.
Emily soltó una risita nerviosa.
-¡Como si yéramos un mes de viaje!
Me tumbé panza abajo sobre la cama, al lado de la maleta.
-¿Em, tú ya has ido allí, no?
-Ahá, -murmuró- ¡os va a encantar, es un sitio precioso!
Estaba ausente y colorada. ¿Sobre qué podrían haber hablado Jace y Emily?
-¿De qué hablábais? ¿He interrumpido algo?
-¡No! –dijo Jace, riendo – me explicaba sus anteriores acampadas. ¡Son muy interesantes!
-Por cierto, ¿tú con quién dormirás?
-¿Yo? Con Carl. Me he hecho más amigo de él en este mes que de todos los miembros de la tripulación juntos.
¡Ah, sí! No lo recordaba. Carl era el doctor que nos atendía. Como ya estábamos recuperados, supongo que no tenía mucho trabajo después de mi enfermedad.
Él y Jace se parecían enormemente. Tenían la misma edad y la misma complexión, y por lo que veía también compartían aficiones. Se llevaban de maravilla.
Emily me pellizcó la mejilla, imitando a una abuela pesada:
-Y yo con esta chica tan guapa –beso en la mejilla. Ya había vuelto del más allá.
-¡Sí, qué ilusión! –y estaba siendo honesta. Aquellos últimos días sólo había estado pensando: ¡Acampada! ¡Acampada! ¡Acampada! ¡Will! ¡Acampada!
Y había decidido ser dura con Will. Hacía apenas un mes que lo había visto por primera vez y al día siguiente había estado a punto de besarlo. Hubiera sido mi primer beso. ¡No era así cómo iban las cosas! No era una experta en el tema, pero… ¿cómo podía ser que en tan sólo veinticuatro horas me hubiera quedado prendada de él? Había conseguido en un día lo que muchos chicos no habían conseguido en años. Eso era de admirar.
Debía hacerme valer, si quería ser inolvidable, y no tan sólo una aventura. Will no parecía de esos, pero… bueno, ¡sólo lo conocía desde hacía un mes! “Cautelosa, se cautelosa”.
*   *   *
-¿Todos preparados? –preguntó Jack, el “guía” de la excursión. ¡Pues marchémonos!
No pude decir que no me cansó la caminata. ¡Muy,  muy larga! Y yo que me pensaba que estaba acostumbrada al deporte… claro, todos eran el triple de rápidos y fuertes que nosotros, tenían más facilidad. Aún así, Will y Emily siguieron nuestro ritmo todo el rato, y con ellos Kail, Claire… e Ivy.
En esta ocasión ella no estuvo callada todo el tiempo. Me ignoró, como siempre, pero estuvo hablando como una carreta todo el tiempo, y empezó a gustarme el tono en el que hablaba. Me gustaba su sarcasmo, era asombroso.
Aunque tampoco le presté mucha atención. El paisaje la tuvo casi todo el trayecto. Exótico y tropical, verde y multicolor. El camino era de una tierra que se fue haciendo verdosa a medida que avanzábamos. Y a cada metro aparecían más y más árboles y plantas que no había visto en mi vida. Notaba miradas silenciosas que seguían nuestros movimientos dentro el espeso follaje. Oía sonidos y gritos, cómo se comunicaban las especies entre sí, pero pude ver ninguna. ¡Quería verlas! ¡Seguro que eran fascinantes!
Hacía la temperatura ideal, cálida. Una brisa se deslizaba por entre nuestras pieles desnudas y los árboles nos proyectaban enormes sombras que nos protegían del sol. Todos íbamos en tirantes. Pero seguro que durante la noche refresacaba mucho más.
El paisaje me tenía tan cautivada que no hablé en todo el trayecto –aunque en parte se debía a que debía guardar mi aliento en continuar caminando- y no noté que Will estaba demasiado cerca de mí. ¿Cómo podía ser que le hubiera gustado tan rápidamente? Había gato encerrado. O no… puede que le hubiera gustado y punto. Estaba tan acostumbrada a no gustarle a nadie que me sorprendió. ¡Pero también era posible que sólo estuviera siendo amable! Aunque había estado a punto de besarme hacía semanas en la playa…
-No estás muy habladora Jess- observó Emily.
-Si tuviera… vuestros dotes… de vampiro… -jadeé- puede que… me sobrara aliento… para hablar…
-Tranquila, ¡haha! –rió Kail – tú respira tranquila.
-Tenemos que mantener buen ritmo, si no oscurece antes de que lleguemos –Will me iluminó con su sonrisa. Genial. Lo único que me quedaba era que me faltara el aliento –falta menos de la mitad para llegar –me rodeó con su brazo musculoso para ayudarme a caminar más rápido. ¿Por qué tenían que tener tanta fuerza? Me sentía tan inferior a ellos…

Pero me sentía feliz al oírlos cantar canciones de marcha y al reírse alegres, me sentía orgullosa de ser su amiga.

sábado, 9 de marzo de 2013

Capítulo 24


La Salvadora


Una gran parte del Consejo y de la tripulación ya se había ido. Algunos se despidieron, pero otros ni me dirigieron la mirada.
Sólo quedábamos unos pocos.
Miré a la anciana que se había sentado detrás de mí, en su silla de ruedas. Anelisse Greyone. En otras circumstancias me hubiera alegrado enormemente de haberla conocido al fin.
Pero… siendo ella quien había metido al Olvidadero en la conversación… el plan acordado fue reconstruir el submarino, y una vez terminado… borrarnos la memoria…sentía que todo mi nuevo mundo se venía abajo. Y es que quedaría en el olvido. ¡No iba a acordarme de nada! En cuanto terminaran de reconstruir el submarino… aunque, con gran pesar, tuve que reconocer que Anelisse había propuesto la mejor solución.
-Jessica –Max me cogió por el hombro- te presento a Anelisse Greyone. Anelisse, ella es Jessica Nichols.
La anciana me miró, con sus grandes ojos azules, sin verme. Y entendí esa sensación de antes al notar que ella miraba alrededor a la vez. Era ciega.
Me arrodillé frente a su sillita, un cacharro algo atrotinado  pero que parecía resistir a cualquier batalla, y cogí la mano que ella me había tendido. No era suave como la de Max o Will, era de un tacto rugoso, parecido al papel… y muy, muy frágil. Sentí su pulso muy débil, luchando por seguir adelante, intentando hacerse oír.
-Jessica… -suspiró-… al fin.
Me quedé estupefacta.
-¿Quería conocerme?
-Max… ¿seríais tan… tan amable… de dejarnos a… solas?
Él parecía dudar.
-Estaré bien… debo hablar con Jessica…
-Por supuesto-le dio un beso en la mejilla e hizo salir a los demás de la sala.
Anelisse me miró a los ojos. Aún sabiendo que no podía verme, noté su mirada en mis huesos, sentí como si me observara hasta el corazón. Como si me escrutara el alma y curioseara por entre mis pensamientos.
Y sentí la necesidad de romper el silencio.
-¿Qué ocurre? –sabía que algo se me iba a revelar, ¿por qué si no esa necesidad de hablar a solas conmigo?
-Jessica… ¿crees en las… coincidencias?
Mi voz resonaba alegre por toda la sala grandiosa, pero la suya permanecía sólo a nuestro alrededor, como un escudo.
-Sí….no. Sí y no. No suelo pensar mucho en ello.
-¿Y crees que… haber llegado hasta aquí… ser la única que quedó… consciente… lo es?
-…no…no lo sé –reconocí. ¿A dónde quería llegar?
-¿Sabes qué… ocurrirá en… Crystalraise? Dentro de…muy poco… me temo.
-La… ¿luz? –de repente, mi voz no quiso salir, y lo que salió de mis entrañas fue un leve maullido.
-Me… me queda muy poco tiempo… tienes… tienes que saber… qué hacer…-empecé a temblar. ¿A qué demonios se refería? –lo correcto…el camino correcto… no siempre es el más fácil… y el tuyo no lo va a ser…
-¿Qué? –pregunté, saltando- ¿qué me está queriendo decir?
Me cogió también la otra mano con fuerza y se acercó a mí.
-Jessica… tienes que ser valiente… tendrás que serlo… sé que lo serás… como lo fui yo la última vez…
-No la entiendo…
-No hace falta… es mejor así… pero dentro de poco… tendrás que recordar mis palabras… saber qué hacer de ellas –empezó a toser- no dejes de ser quién eres, Jessica… nunca…
¿Qué… qué estaba pasando?
-No… no le des vueltas… te lo ruego… no puedo explicarte nada más… debes descubrirlo por ti sola… si no, de nada serviría… nada más… pero recuerda: valor… y… y dolor… -su tos iba aumentando.
-¿Va todo bien? –Max se asomó por la puerta. La oyó toser.
-Sí… ya hemos terminado…
-¡Yo no! –exclamé- ¡tengo muchas preguntas para hacerle! ¿Quién es usted? ¿Cómo consiguió…?
-No debo ser yo… quién… quién las responda… ¿quién soy? Anelisse Greyone… tienes que hallar tú misma las respuestas… -se retorció dolorosamente. Max y yo la tuvimos que aguantar, sobresaltados- …estoy bien… mi corazón…
-Debéis descansar- Max empezó a llevársela –Jessica, nos vemos después –golpecito en el hombro.
-Recuerda… Jessica… -susurró Anelisse, antes de cerrar los párpados pesadamente y salir con Max por la puerta. Puede que esas hubieran sido sus últimas palabras… pero no, no podía pensar así. Debía ser optimista.
Me quedé sola, arrodillada, en una sala que ahora me parecía desconocida y donde mi destino había cambiado tan radicalmente.
La angustia reinaba en mi corazón. No sabía qué hacer. Estaba asustada por el estado de Anelisse, estaba aterrada por la pérdida de memoria que iba a sufrir, y  desconcertada por todo lo que Anelisse me había revelado a medias. Pero en esos momentos no me apetecía ponerme a pensar los múltiples significados que podrían tener sus palabras. Lo dejaría para más adelante. Estaba exhausta y no había corrido ninguna maratón.
¡No había averiguado nada! Sólo más y más preguntas y más cuestiones inexplicables se interpusieron en mi camino. Debía dejar de intentar descubrir. Y por alguna razón creí conveniente no preguntarle nada más a Anelisse. Ya había parecido predispuesta desde un primer instante a no responder a ninguna de mis preguntas. ¿Por qué debía descubrirlas por mí misma? ¡Qué injustícia!
-¿Jess? –esa vez fue Jace el que se asomó por la puerta.
-Estoy aquí – me levanté y fui hacia él. Me rodeó con un brazo y nos marchamos.
-Estás muy apagada –observó.
-Echaré de menos este lugar…
Y volvimos juntos al hospital, sin ser conscientes de las miradas que nos observaban, ni los susurros. Sólo estábamos él y yo, cayendo en el olvido.

*   *   *

-Butterfly parece estar muy nerviosa –dijo Jace.
Y es que no paraba de revolotear por la habitación, huyendo de alguna sombra o buscado algo que seguramente no existía. De alguna manera, reflejaba mi estado de ánimo.
Me encogí de hombros.
-¿Me toca a mí?
-Sí.
Jace y yo decidimos quedarnos en mi habitación el resto de la tarde jugando a juegos de mesa rematadamente difíciles de entender. Algunos fueron divertidos al final, como Clandestine o El color de sus ojos.
Pero no cumplieron con su objetivo principal: levantarme el ánimo, o al menos, distraerme. Así que al final terminamos charlando sobre competiciones, natación y de mil otras cosas más.
Empecé a sentirme mal, a sudar.
Mi cabeza estaba mareada de dar tantas vueltas sin sentido.

Me esforzaba en no pensar en ello pero, ¿qué demonios había querido decir Anelisse? ¿Cuál era el camino correcto que debería tomar?

jueves, 28 de febrero de 2013

Capítulo 23

Shock

Se trataba de un hombre de mirada prudente y perspicaz, con unos labios secos y tez blanquecina. Su postura era autoritaria e inspiraba respeto, supongo porque su puesto lo requería. Me invadieron tantas ganas de escuchar lo que tenía que decir que callé inmediatamente, y Jace también.
Puede que fuera otra persona significativa, como Anelisse o Galadryel, Max y Markson, importante en la política, ya que, pensándolo bien, estábamos rodeados de políticos. Tal vez todos ellos habían sido importantes algún día en la historia de Crystalraise.
Antes de que el hombre, que vestía con un elegante traje verde oscuro, empezara a hablar, me di cuenta de que ni de mucho Will había satisfecho todas mis preguntas; ese era mi momento, sólo debía tener un poco de paciencia y esperar mi turno.
-Bienvenidos todos a la I reunión de sucesos extraños en Crystalraise. –El hombre importante empezó a discursar, su voz era fría y rígida-. Debatiremos qué sucedió exactamente con el escudo e intentaremos darle solución. Empecemos por la descripción de los hechos e intentemos constatarlos.
Me tocó a mí hablar primero porque fui la única que sobreviví al misterioso ataque que dejó a los demás inconscientes. Me pidieron muchos detalles, pero no me fue fácil dárselos: recordar qué ocurrió exactamente fue dura tarea y me costó distinguir la realidad de lo que imaginé.
Recordaba nítidamente la visión del iceberg acercándose –y eso sí era real, los hechos lo demostraban-, así que la describí tan detalladamente como pude; pero cuando chocamos contra Crystalraise, la ficción y la realidad se mezclaron y esta última empezó a distorsionarse.
Había visto el fuego con mis propios ojos y lo había sentido devorar mis venas, pero también era consciente que no puede aparecer un fuego tan enorme como ese de la nada, encima estando rodeados de agua… y encima, sin rastros de ninguna quemadura al despertarme.
Así que omití ese detalle y decidí contárselo a Max o a Jace más tarde. No confiaba en esos desconocidos, sobretodo en algunos que me miraban calculadoramente. Me incomodaba que todas las miradas en esa sala (que eran muchas) estuvieran puestas sobre mí.
Pero una vez concluido mi relato, me sentí más a gusto. Escuché con atención cada una de las versiones de los demás tripulantes; aunque tuvieran inicios distintos (“estaba leyendo cuando…”, “creo que estudié un rato…”), todas acababan igual: de repente, se habían despertado en un hospital sin siquiera recordar cuándo se habían dormido.
Pero en el caso de Peter la historia fue diferente:
-La juventud nos podría haber salvado, ya que… ya que no tenemos personalidad y… no, aún no… -aunque su mirada era perdida, como siempre, su voz también siempre me fascinaba.
Emitía la consciencia y sabiduría que no transmitía su expresión incoherente, pero yo siempre creía lo que me decía, aún y sabiendo que probablemente estuviera loco. Pero no podía ignorar una vocecita interna que me susurraba que lo que Peter decía no era nunca un disparate.

Después llegó el turno de las preguntas, que no logró satisfacerme, porque no a todas se les dio respuesta.
Supe que, geográficamente, estábamos a miles y miles de metros bajo el Caribe; que el científico se las había arreglado para que la presión atmosférica no resultase un problema; que las estaciones eran las mismas y el año tenía también trescientos sesenta y cinco días, aunque los meses eran distintos: tenían veintiocho, treinta y treinta y un días como los nuestros, pero sus semanas tenían diez, así que cada mes tenía tres semanas. ¡Y yo que pensaba que las semanas eran largas!
Y los días se llamaban así: Monday –día de la Luna-, Tuesday –día de Tiw, el dios germánico de la guerra-, Wednesday –día de Odín/Woden, el dios de la sabiduría, la vida y la muerte-, Thursday –día de Thor, el dios del rayo y trueno-, Friday –día de Frigg, la diosa de la belleza-, Baldday –día de Baldr, el dios de la gentileza-, Brigday –día de Bragi, el dios de la sabiduría y la elocuencia-, Forseday –el día de Forseti, el dios de la concordia y la vamistad-, Saturday –día de Shabat, descanso – y Sunday –día del Sol.
Por lo que descubrí, y aún no sabía, los nombres de los días en inglés tenían raíces germánicas y, sin embargo, en los días españoles los dioses eran romanos, no nórdicos.
Una semana nuestra era su semana lectiva y tenían tres días de fin de semana.
Todas las preguntas más o menos científicas , pero las cuestiones más inexplicables también sorprendieron al Consejo.
-En realidad –explicó un hombre llamado Julius- pensamos que vosotros nos aclararíais un poco el asunto para poder deducir por qué os desmayásteis…
-O por qué Jessica fue la única en no hacerlo –añadió Max.
-Es una niña… -Peter suspiró.
En realidad, era lógico que el Consejo tampoco supiera nada de eso; al fin y al cabo, no habían sabido nada del resto de la humanidad hasta el día en que nos estrellamos contra su mundo.
Me fui dando cuenta que estaba en un callejón sin salida. ¿Quién si no el Consejo podría solucionar mis preguntas?

Otro hombre, de cara alargada y de facciones marcadas, se levantó:
-Bueno, el pasado, pasado está, hablemos del futuro: yo opino que deberíamos conservar nuestro mundo. Pensad que Crystalraise no es una atracción turística, y si ellos –nos repasó a todos con una mirada perspicaz que no me gustó nada- revelan nuestro secreto, adiós Crystalraise. No sé mucho de los humanos, pero por mis recientos contactos, sé lo suficiente para deducir que tienden a pensar en si mismos y por su bien.
Algunos asintieron. Yo me sentí gravemente ofendida. ¡Pero si él derivaba de los humanos! ¡No éramos tan distintos! Sus aires de superioridad me indignaron.
Por otro lado, se inició en mí un dilema. Una parte quería quedarse en Crystalraise, con Will... y los demás; pero otra me pedía volver con mi família, a mi hogar, mi lugar, y en parte tenía razón: es lo que debía hacer, volver, no podía desaparecer, sería irresponsable e inmaduro. Pero… amaba tanto mi nueva vida… era injusto tener que escoger.
-Vamos, Dairyon –Max parecía asombrado –no pretenderás que no vuelvan a ver a sus seres queridos.
-Max –repuso el tal Dairyon- deberías pensar en el bien de Crystalraise. ¡No podemos arriesgarnos a quedar expuestos a unos desconocidos! Todo lo desconocido es enemigo.
Cada palabra, más odio. O sea que, según él, todos los demás habitantes en Crystalraise que él no conocía personalmente eran enemigos también, ¿no?
-¡No puedes retenerlos en contra de su voluntad! –explotó Max.
-Hmm, hmm –desde atrás nos llegó una voz débil; todos nos giramos hacia el sonido y vimos a una pequeña anciana, seca, en silla de ruedas. No supe cómo fue posible que nos mirase a todos a la vez-. No hace falta discutir… podemos… podríamos encontrar una solución intermedia…
-¿Ah sí, Galadryel? –ese hombre era antipático incluso con los ancianitos.
“¡Galadryel!”
-¿Qué proponéis, querida? –un hombre tan  arrugado como se levantó, a duras penas.
-Tú, Dairyon… quieres que Crystalraise… permanezca secreta… -sólo susurraba, pero su voz resonaba en toda la sala, absolutamente silenciosa. Empecé a temer por su salud - … y vós, Max… queréis su felicidad… quisiera… -tosió débilmente- …quisiera recordar que… El Olvidadero… aún disponemos de él… -y volvió a toser.
Supongo que no me hace falta explicar todos los significados posibles, todas las connotaciones a esa palabra que pasaron por mis pensamientos a la velocidad de la luz en ese instante, como diapositivas. Un zapping. Cómo todas me llevaron a la misma conclusión.

Y supongo que no me hace falta explicar el escalofrío que me invadió como un huésped no bienvenido. Creo que ya lo os lo podéis imaginar vosotros.


 

sábado, 19 de enero de 2013

Capítulo 22



El Edificio de la Justicia

Todos permanecieron callados. Yo… a mí me resultaba imposible describir mis sentimientos. Parecía una de esas historias de fantasía que me gustaban tanto, cuando me sumergía en mis libros. ¡Y es que tenía profecía y todo!
Había alguien entre ellos que les salvaría de la catástrofe. La verdad es que fue un alivio saberlo. Al menos, había una esperanza a la que aferrarse. El problema era: ¿quién no temía a la hechicera? Puede que todos quisieran acabar con ella ¿pero acaso no les paralizaría el miedo a la hora de hacerlo?

De repente, la mujer desapareció entre una niebla densa azul como sus ojos; el silencio quedó atrás.
Me pareció que, al igual que yo, también era la primera vez que escuchaban la canción –y con ella la profecía-, así que no  me sentí en desventaja ante las nuevas noticias.
Todos rumoreaban sobre todo: los tiempos oscuros aún no habían terminado, la luz se apagaba, pero había alguien entre ellos que podía salvarles. La cuestión era: ¿quién? Estaba segura de que la misma pregunta rondaba la mente de todos los presentes.
Esperamos a que la calle se despejara un poco y bajamos. Vi que Liam saludaba a alguien en la lejanía y luego se despidió de nosotros para ir a su encuentro.
-¡Hola Jessica!-. Me giré.
-¡Markson! –saludé.
-Oh, ¡sabes mi nombre! –Rió- me siento importante. ¿Qué tal el espectáculo? ¿Te ha gustado?
-Gustar es quedarse corto… me habéis dejado sin palabras –admití.
Sonrió aún más alegre.
-¡Vaya! ¿Sabías? Soy un miembro del Consejo. Cuando me citaron dije: ¡yo la conozco! Supongo que nos veremos en… -miró su reloj de pulsera- ¡madre mía, veinte minutos! Deberíamos darnos prisa.
¡Veinte minutos! ¡Pero qué rápido pasaba el tiempo allí! Tenía la constante sensación que había algo en el mecanismo de Crystalraise que hacía las horas más cortas, o al menos a mí me lo parecía… pero supongo que sólo era eso, una impresión mía.
Miré a Will y a los demás, y a Will. ¿Cuándo volvería a verles?
Kail se me adelantó:
-Mañana tenemos clase, pero…
-Podemos quedar por la tarde –fue Will quién lo sugirió. Me entusiasmé absurdamente.
-De acuerdo –tampoco no quería que mis sentimientos me delataran. ¡Me gustaban tanto mis nuevos amigos! No conseguí ocultar mi alegría del todo, una sonrisa traidora me delató. Pero bueno, ¡tampoco esperaba poder evitarla!
-¿Nos vemos mañana entonces? –Preguntó Claire- vendremos al Hospital.
-Yupi… qué bien lo vamos a pasar… -añadió Ivy irónicamente, mientras se marchaba caminando con pesadez y aburrimiento. ¿Pero que podía haber hecho para disgustarla tanto? Jamás nadie me había odiado con tanta rapidez y sin motivo aparente.
-¿Vamos juntos hacia el Edificio de la Justicia? –me invitó Markson-, así no te perderás, esto debe ser un laberinto para un extranjero… además, ¡quiero conocerte! –Volvió a mirar su reloj- ¡pero rápido! ¡Quince minutos!
-¡Vamos, vamos!  -no quería llegar tarde a la reunión, estaba muy interesada en escuchar todo lo que se tenía que decir, y además, no quería causar mala impresión.
Les dije adiós a los demás con la mano, pero deseando abrazar a Will. Seguí corriendo al Markson apresurado que nos abría paso entre el río de gente.
Parecía que todos los Crystalraisers –decidí llamar así a los habitantes de Crystalraise- se concentraban en la gran calle del espectáculo, ya que las demás estaban vacías y, según íbamos alejándonos de la multitud, aún más desiertas.
Cada vez estaba más entusiasmada con la reunión. ¿Qué pasaría con nosotros?
Mientras caminábamos, aún más preguntas me acribillaron la mente:
-Markson… -empecé, tímidamente- ¿quién era la mujer que cantó?
La verdad era que su historia me había conmocionado.
-Se llama Galadryel Greyone –asintió Markson. ¿Greyone? ¿De qué me sonaba ese nombre? –Es la hermana de Anelisse-. ¡Claro! ¡Lo había dicho en la canción!... ¡caramba! –era la vecina de tu amiga, Emily, y ahora vive con ella; la acogió en su casa hace nueve años-. ¡Caramba!
No la conocía de nada, pero una ola de afecto invadió mi corazón –y un gran respeto-. Emily me había hablado muy bien de ella (de “su vecina”, sin darme nombres) y no dudé ni por un instante que se trataba de una persona realmente admirable. ¡Y era la hermana de Anelisse!
Sin duda, tenía que hablar con Galadryel sobre la salvadora de mi nuevo hogar.
-Dime, Jessica… -Markson interrumpió mis pensamientos- ¿a qué temes?
La pregunta me extrañó. Fruncí el ceño mientras pensaba qué responder. ¿A qué temía? Sentía su mirada perspicaz sobre mis hombros.
-No lo sé… - en verdad, y es algo de lo que me siento muy orgullosa, nunca he sentido miedo. Nunca he tenido ocasión de enfrentarme a él, ya que hasta entonces la vida me lo había puesto fácil-. Supongo que a cualquier cosa que pueda hacerme miedo.
¡Vaya una respuesta estúpida!
Pero pareció que Markson la analizaba detenidamente, así que supongo que para él no lo fue, aunque sí insólita, lo leí en su expresión.

Fue girar la esquina y empezar a sentirme incómoda. Y encima me dio rabia porque ya sabía que me iba a pasar, y aún así, todos mis esfuerzos para prepararme no sirvieron de nada.

Un gran edificio se asomaba elegante, sobresaliendo entre los demás. Y justo en la entrada, había como una veintena de personas vestidas con elegantes y extravagantes trajes. Me autofelicité por haberme cambiado de ropa. Si me hubiera presentado ahí con ese vestido y esas chanclas…
Miré de reojo a Markson y vi que también iba de etiqueta, como los demás. No me había fijado hasta ahora.
El vestir de etiqueta de los Crystalraisers era mucho más elegante y bonito que el de los de ahí arriba, aunque también más extraño e impresionante. Nada de camisa, corbata y esmoquin. Una larga toga, de cualquier color, les llegaba por encima de las rodillas, y, fuera del color que fuera, combinaba perfectamente con una camisa hecha de un material similar al algodón. Los pantalones eran acampanados, blancos y parecían muy cómodos. Pero lo que más me llamó la atención fue que todos llevaban en el cuello una cinta del mismo color que la toga, que lucía elegante, como un símbolo de victoria, importancia o inteligencia. Quise tener una.

Una sonrisa me levantó las mejillas cuando vi a Jace apoyado en una de las grandes columnas de mármol, igualmente vestido informal como yo.
Cuando me vio se incorporó, esperándome. Fui casi corriendo hasta él y le abracé. Siempre le abrazaba cuando le veía.
-¿Cómo estás? –le pregunté. Si no le habían dejado salir del Hospital aquella tarde era por algo, y tampoco transmitía esa alegría tan suya.
-Mejor –su voz lo revelaba - ¿y a ti cómo te ha ido? –dijo, mientras me despeinaba con la mano.
-¡Ni te lo imaginas!
Y mientras subíamos hasta la sala de reunión, sin darme cuenta de que caminaba, me concentré solo en explicarle hasta el más insignificante detalle de mi experiencia, tan sumida en mi relato que perdí la noción de la realidad, caminando por inercia.
Sólo cuando terminé, reparé en que no me había fijado en cómo era el Edificio de la Justicia, ni en los rostros de los miembros del Consejo, y sólo cuando entramos en la sala me di cuenta que Max había estado a mi lado durante toda la trayectoria, escuchándome.
La sala era enorme, ya os podéis imaginar; entre toda la tripulación y los miembros del Consejo éramos aproximadamente sesenta personas.
Tampoco me había percatado que los demás también estaban allí, el resto de la tripulación.
Vi al capitán Jack – quién siempre me recordaba al típico capitán de un barco pirata, con su voz tan rugosa y su expresión dura. Parecía de otra época y siempre nos trataba como ratas de cloaca: daba órdenes a tutiplén y siempre sabía qué hacer, por estrafalaria que fuera la situación. A menudo estaba de malas pulgas y su sonrisa, siempre irónica, aterrorizaba a cualquiera, por eso casi nunca la compartía con nadie.
Pero a pesar de todo, me caía bien.
También vi al irritante Joe, con su peculiar estilo de vestir, dándose aires de grandeza como siempre. Era quizás la persona más arrogante que jamás ha pisado –y pisará- la Tierra, y no le soportaba.
Arrinconado en una esquina estaba Peter quién, aunque aún era joven, parecía que ya había perdido algunos tornillos y parte de la memoria. Memoria brillante en algún pasado lejano, según me habían dicho. Peter era un completo misterio y que siempre estuviera en otra órbita no ayudaba a descubrir quién era. Siempre nos desconcertaba con sus  respuestas y la mayor parte del tiempo parecía o bien estar en trance o estar en pleno ataque de pánico. Pero, por insólito que pueda parecer, era uno de los mejores en su trabajo.
Y vi también a muchos más: Zach, Edwin, Marya, Paulle, Dylan, Wendy, Angela, Charlie, Diegho, Cathelyn, Gendry, Harry, Dyna, Hilary… los reconocí a todos.
Los que me vieron me saludaron con una sonrisa o bien con la mano.
Poco a poco fuimos sentándonos, y las voces empezaron a apagarse. A mi lado estaban Jace y Max; yo, estaba con los nervios quemándome las entrañas.

Un silencio absoluto inundó la sala y un hombre de facciones severas se levantó, dispuesto a hablar.