Presentación de mi horrorosa situación
Todo se iba abajo. No entendía nada. ¿Por qué todo el mundo se había desmayado?
¡Encima en un submarino! Era la única persona que estaba consciente, con la
cabeza sobre los hombros, a seis mil metros de profundidad. "Piensa...
piensa..." -me decía- "Debe de haber alguna manera... de manejar
esto...".
¿Cómo demonios se habían desmayado TODOS los adultos ahí dentro? ¿Cuán remotas eran
las posibilidades de que pasara? Ni siquiera la idea era coherente.
No tendría que haber aceptado la petición, ahora iba a morir. ¡Con la estupenda
vida que estaba llevando! No era muy popular entre mis compañeros, pero a veces
pensaba que sólo era pura envidia. Me gustaba destacar y tenía motivos para
ello.
Soy
buena nadadora. He ganado muchos trofeos: en el último, los del CNA (Centro de
Natación Americano) me premiaron con una expedición de submarinismo, para conocer
las especies subacuáticas del Pacífico, como “premio” a mi gran esfuerzo. Me
dijeron que no era peligroso, que lo habían hecho un montón de veces y que no
me iba a pasar nada. Casualmente, ese día yo fui la única de entre todas las
seleccionadas que se presentó. Como este tipo de expediciones cuestan mucho dinero
y ya estaba todo preparado, no iban a malgastarlo, aunque es lo que deberían
haber hecho; de ser así, no estaría ahora en este aprieto.
¡Si sólo tenía catorce años!
"Piensa, ¡piensa! Este botón debe servir para arrancar el motor... no,
debe servir..."
Perdí la noción del tiempo. No podría decir cuántas horas pasaron antes de
averiguar el funcionamiento del submarino. Y fue gracias a un manual de
instrucciones que encontré registrando los equipamientos. Que si no…
Cuando
supe cómo controlar esa máquina subacuática, supe que habíamos descendido unos quinientos
metros más de profundidad. Esto empezaba a ser muy peligroso, tenía que volver
a la superficie...
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