¡Reunión!
-¿Enserio? ¡Qué buena noticia! ¿Cómo se
encuentran?
Rió sarcásticamente.
-Bastante… confusos, pero
recuperándose. Todavía no sabemos por qué se desmayaron –empezamos a caminar
hacia el hospital, que se hallaba al final de la calle, a unos cincuenta
metros- Esperemos que mejore el asunto en la reunión. A la que, por cierto,
tienes que asistir: mañana a las ocho de la tarde, ¡no faltes!
-Allí estaré –respondí, guiñándole un
ojo.
Ya casi estábamos en la entrada.
-Tendrá lugar en el Edificio de la
Justicia, ese edificio grande–me lo señaló; sin duda, grandioso –no tienes
pérdida.
-¡Anda, como en “Los Juegos del
Hambre”!
-¿Qué es eso? –preguntó horrorizado.
-No te preocupes, es un libro.
-¡Ah! ¿Te gusta leer?
Sonreí.
-Me encanta.
-Entonces te dejaré unos cuantos libros
que tengo por ahí.
-¿Hay muchos escritores en
Crystalraise?
-No, sólo dos, un hombre y una mujer.
¡Sólo dos!
-De acuerdo, a ver qué tal son.
-Bueno, descansa un poco, que tampoco
estás tan recuperada como para ir trotando todo el día –me puso la mano en el
hombro.
Ya estábamos en la entrada.
-Cómo mande el jefe –dije, mientras
saludaba militarmente.
-Así me gusta -dijo riendo- tengo que
ir a hablar con… unas personas. Mañana, sin excusas –y me señaló con el dedo.
No pude evitar reírme a carcajadas.
-Sin excusas.
Me guiñó un ojo y se marchó
apresuradamente. Me fui a mi habitación.
El hospital se había convertido en mi
hogar. Me gustaba. No era como los de ahí arriba, fríos y aburridos. Este
estaba lleno de color. “Como debe ser un hospital”. En verdad, baja mucho la
moral estar en una estancia blanca y sin vida. En cambio, este hospital, el
único que había, estaba lleno de vida. Mientras me dirigía al ascensor, me
encontré con mi enfermera, Lysa, y la saludé con una sonrisa mientras ella me
saludaba efusivamente con la mano. Este también era otro factor: médicos y
enfermeras eran muy cálidos. Querían a sus pacientes, no como algunos allí
arriba, que los utilizaban como herramientas para mejorar en su profesión.
Subí al ascensor de cristal y pulsé el botón de la octava (y última) planta. Caminé por los pasillos buscando mi habitación. 220…227…230…234… 235… ¡aquí! La 236.
Mi primer impulso fue tumbarme en la cama, después de ese largo día, pero no pude. Ya estaba ocupada.
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