Subidas y bajadas
Todo estaba saliendo bien, estaba recuperando altura, cada vez nos acercábamos
más a la superficie.
Estaba
ya a cuatro mil metros de profundidad cuando el timón se clavó en la posición
derecha, de modo que viraba hacia la derecha también. Intenté devolverlo a la
posición inicial, pero no tenía fuerza en los brazos, así que lo intenté con
una patada.
Su respuesta fue, evidentemente, quedarse inmóvil.
Pero mi problema ya no era ese. Estábamos a punto de estrellarnos contra un
enorme iceberg. Sí, un iceberg. “¿Qué demonios hace un iceberg a cuatro mil
metros de profundidad?” -me pregunté – “Empiezo a sospechar que esto es un
sueño...”
Y me pellizqué fuerte. Desgraciadamente, sentí dolor. "Así que no sueño,
¿eh? ¿¡Por qué me pasa esto a mí!?”
Éste sí que era el fin. No podía hacer nada. No existía un manual que me dijese
cómo arreglar el timón en cuestión de segundos y virar a tiempo para evitar el
choque.
Nunca pensé que mi muerte sería tan extraña e inusual: “Muerta una joven de
catorce años, junto a otros treinta adultos de edades comprendidas entre veinticinco
y cuarenta y siete, en un submarino. Desconocemos las causas de dichas muertes,
pero pensamos que pueda tratarse de un impacto o choque contra algo”. Ya tenía
en mi mente el artículo que explicaría mi fallecimiento. Era imposible hacer
algo para evitarlo. Me despedí de todos mis seres queridos y les pedí que no se
preocuparan por mí. Así que me rendí, y esperé aterrorizada, el momento de
sucumbir. “Ahogada, voy a morir ahogada… o, tal vez la colisión me salve y haga
que sea una muerte rápida…por favor, que sea así…”
El monstruoso y majestuoso iceberg blanco estaba cada vez más cerca.
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