Segundo ataque
Me sobresalté y caí hacia atrás, pero
Will, rápido y distraído, evitó de nuevo la caída.
Emily se acercó. La disculpa en su
expresión era evidente.
-Perdón.
Le sonreí con complicidad, como
diciéndole que no pasaba nada.
-¿Querías algo, Emily?- dijo Will con
cortesía, mientras se levantaba.
Emily no se andó con rodeos.
-Te buscan.
-¿Quién? –parecía extrañado.
-Markson. Me ha dicho que solo serán
unos minutos, pero unos minutos urgentes. En la plaza del árbol –me dirigió una
sonrisa- hola Jess.
-Hola –saludé.
Se giró hacia Will y le señaló con el
dedo.
-¡Urgente!
-¡Vale, vale! Ya voy –me pellizcó la
mejilla divertido –en seguida vuelvo.
No quería que se fuese.
-Vale –susurré.
Emily y Will se marcharon corriendo a
velocidad supersónica.
Sentí una punzada en el corazón.
¿No estaría sintiendo algo por él?
Puede que sí, pero no estaba segura.
Nunca nadie había hecho que mi corazón quisiera salirse de mi pecho.
Es que todos los chicos que yo conocía
parecían rematadamente idiotas. Puede que algunos fueran guapos, pero
estúpidos.
Will era diferente. No sólo me atraía
como nadie físicamente, me encantaba su manera de pensar. Era muy singular. “No
te cuestiones la existencia”, me había dicho.
Me gustaba pensar en él. Era una
sensación cálida.
Recordándole, me quedé mirando el mar y
me sentí impulsada a sumergirme en él.
Eran aguas mágicas, submarinas. Tenía
que nadar entre ellas.
Me quité la ropa y me metí en el agua.
A pesar de que fuera hiciese algo de calor, el agua estaba fresquísima.
Empecé a nadar, no como en mis
entrenamientos, sino como me daba la gana.
El tacto del agua era muy suave y
fresco, como si patinase entre las olas.
Pensé otra vez en Will, en nuestra
conversación anterior, recordé a mi familia de nuevo y me detuve
repentinamente.
¿Qué era de ella? ¿Estarían preocupados
por mí?
No, seguro que no.
Todavía era pronto para volver. Era
asombroso cómo perdías la noción de todo cuando estabas en Crystalraise. No
sólo otro mundo, es que parecía que era otra vida.
Sonreí al pensar en Wen y Michel, mis
dos hermanitos, siempre peleándose y siempre siendo yo quién tenía que
separarlos.
No me parecía en nada a Wen. No sólo
éramos distintas físicamente; siempre teníamos ideas opuestas y nunca estábamos
de acuerdo. Aún así, la echaba de menos.
Y si a Wen la echaba de menos, ¡a Mike
le añoraba muchísimo más!
Éramos como dos gotas de agua. La misma
manera de pensar y de actuar.
Wen era como papá: rubia, ojos verdes,
piel moteada… guapa, cómo no, siempre la envidié por eso. A mí y a Mike nos
tocó ser como mamá. Brunos, castaños y de grandes ojos color chocolate. Vamos,
de lo más normales. Wen y papá siendo bellísimos y extravagantes y nosotros
tres del montón. Pero mi padre siempre me decía que no era verdad, que yo era
única… ya... y qué más, lo decía para que me sintiera mejor conmigo misma porque
sabía que no me gustaba ser del montón y los ojos marrones y el pelo castaño
eran de lo más normales.
Ay, mi padre… también le echaba
muchísimo de menos. Y a mamá también, por supuesto, pero papá siempre era más atento y éramos más
cómplices. Eso le hacía ganar puntos.
En cuestión de segundos, todo a mi
alrededor cambió.
El cielo era cada vez más inalcanzable
y cada vez más agua se interponía entre nosotros. No podía respirar, no veía
las nubes.
La cosa que me había agarrado por la
pierna como una garrapata no me soltaba. Me arrastraba a las profundidades como
si su vida dependiera de ello.
Luchaba por subir a la superficie con
todas mis fuerzas, inútilmente.
Mis brazadas eran débiles y no podía
mover los pies.
El aire empezaba a faltarme y apenas
podía compensar, me dolían mucho los oídos. Descendía muy rápidamente.
Empezaba a estar muy cansada y se me
agotaban las fuerzas. Debía estar ya a unos quince metros de profundidad, más
de lo que podía nadar a pulmón. Aunque lograse soltarme, ya no llegaría a la superficie
con el aire que me quedaba. Sentí puro pánico. Siempre me ha aterrorizado
ahogarme. Esa sensación de no poder respirar, esa sensación agobiante que
estaba sintiendo y no poder hacer nada para evitarlo.
El oxígeno empezó a extinguirse y el
agua me entró en los pulmones.
Me rendí. Dejé de luchar por subir.
Ahora todo estaba negro y los ojos se me cerraban. ¿Cuántas veces moriría
durante mi estancia en Crystalraise? No podía saberlo, no entendía cómo había
podido escapar las últimas veces. Tal vez la fuerza misteriosa que había velado
por mí aquellas veces (el submarino, el choque, el callejón…) también me
salvaría esta vez. Vete tú a saber. Esa era la única esperanza a la que podía
aferrarme.
Me estaba adormeciendo… apenas pude ver
cómo era la criatura que me arrastraba a lo profundo: negra, difuminada y de
grandes y brillantes ojos amarillentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario