Jace
-¡Jace! –chillé, emocionada.
-¡Jess!
Corrió hacia mí y nos abrazamos con fuerza.
-¿Cómo estás? –me preguntó, preocupado.
-Trastornada –reí.- ¿y tú?
-Bien también –rió a carcajadas. Cómo había echado de menos esas risas-¿Un
mundo submarino, eh? Me ha costado comprender el concepto. ¿Ya lo has visitado?
-¡Sí, y de qué manera!
Mientras le explicaba mi semana en Crystalraise, miré su rostro por enésima
vez, pero esta vez, aunque fuera la enésima, fue diferente. Le había añorado
muchísimo.
Rosado, no blanco, y de ojos oscuros. ¡Por fin alguien como yo! Durante
unos minutos ya no me sentí ridículamente inferior.
Jace había sido mi entrenador desde pequeña. Mi primer y único entrenador.
Le tenía gran estima. Cuando me decía que era como su sobrinita, siempre le
respondía: “yo ya tengo muchos tíos, tú
eres un hermano mayor, pero que muy mayor”. Eso siempre le hacía sonreír.
En su tiempo, Jace había sido un gran nadador, ganó hasta seis medallas
olímpicas siendo sólo un adolescente. Pero un día se lesionó de gravedad
mientras entrenaba en un encuentro amistoso con otros rivales olímpicos, nadie
sabe cómo. Muchas veces intenté sacárselo, pero era su secreto más guardado.
Cuando anunciaron que tal vez no volvería a nadar, el furor causado fue
espectacular. Corrían rumores de que no había sido un simple accidente, que
había sido provocado. Le tenían gran estima. Era su héroe. En todo caso, no
pudo volver a nadar y se dedicó a entrenar. Yo había sido su única aprendiz.
Cuando me conoció dijo que quería ser él quien me entrenase. Entonces yo tenía
cuatro años y hacía dos que había aprendido a nadar. En verdad, me gustaba
mucho más el medio acuático que el terrestre. Supongo que fue por eso que le
gusté. No todos los críos empiezan a nadar cuando apenas saben caminar.
Ahora yo tenía catorce años y él 29. Habían pasado muchos años.
-Caray- dijo, cuando terminé mi relato. Había incluido, aparte de lo que
había aprendido de Crystalraise, a mis
nuevos amigos también y que había quedado con Will mañana. No tenía secretos
para él.
Me sacudí de hombros.
-Ya me conoces, me gusta explorar.
-¡Lo sé, lo sé! –rió. Supuse que recordó uno de aquellos entrenamientos en
los que nadábamos en la playa en vez de en la piscina, para aumentar la
resistencia al agua “y aprender a
trabajar con ella”. Fue el primer día que fuimos a entrenar allí. Yo tenía
unos seis o siete años y me alejé, fascinada por el mundo marino. Y por poco me
arrastra una corriente. Casi muero del susto. Él se metió en el agua
inmediatamente y me llevó hasta la playa. Fue entonces cuando me percaté de su
enorme fuerza. Yo estaba cansada de nadar y nadar, y él con un simple estirón
nos llevó a la arena a los dos.
Recuerdo perfectamente el pánico en su voz cuando gritándome: ¡Nunca, nunca! Las corrientes no son ninguna
tontería. ¡No te alejes nunca! Cuando entras no sales”. Me abrazaba como si
fuera la última vez en la vida.
Desde entonces fui muy cuidadosa con eso. Ya había quedado claro que él
tenía razón: ¿Por qué estábamos en Crystalraise? Por una corriente. Pero era
irónico que, aún así, estuviese contentísima de haber sido víctima de una de
ellas. –Bueno, tendré que irme- suspiró, volviéndome al presente-, mi enfermera
me dijo que no me alejara mucho porque todavía tenían que meterme más
sustancias raras… ¡Pero no me quejo! ¡Son estupendas! Sus medicamentos son
mágicos.
-Son otra civilización.
-Sí. Cuando pueda salir de aquí tienes que presentarme a tus amigos, ¿eh?
Y, de paso, me enseñas Crystalraise.
Reí a gusto.
-De acuerdo. ¿Qué hay del resto de la tripulación? ¿Cómo se encuentran?
-Bueno, esperaba que me informases tú.
-Yo no sé nada. Vine directamente a mi habitación en cuanto supe que os
habíais recuperado, para darme un baño y luego venir a visitaros. Bueno… entonces,
lo sabremos mañana. –dije, alzando las cejas misteriosamente.
Mañana… Entonces
no sabía que el insignificante mañana de ahora se convertiría en un día
trascendental para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario