De
vuelta
Estaba desorientada y
exhausta. ¿Dónde estaba?
Una mano me acarició
el pómulo. Yo estaba temblando.
Tenía los ojos
abiertos, pero no veía nada. Un frío tremendo me oprimía y temblaba
violentamente. Me costaba respirar. El pez me dio tantos golpes que había
encogido mis pulmones y ahora eran dos apretadas bolas de papel de aluminio. Me
dolía respirar.
-Jessica –susurró una
voz desesperada, en el vacío. ¿De dónde venía esa voz? Todo eran sombras.
Intenté enfocar la
vista. Ahora veía siluetas borrosas, que se volvieron nítidas poco a poco.
Vi que estaba tumbada
y empapada sobre la arena, en la playa.
Will, a escasos
centímetros, también goteaba. Su cabello dorado lagrimeaba sobre mi cara.
Le miré a los ojos.
Él suspiró con alivio y me abrazó con fuerza. Sentí su tacto más cálido que
nunca.
No sólo me costaba
respirar a mí, aunque seguro que a él no le dolía. El pez me había machacado y
hecho picadillo mi tronco. Hice una mueca.
-¿Qué te ocurre?
–preguntó Will, preocupado.
-Me, me… -mi voz
estaba oxidada, no parecía la mía. Me costaba hablar -…duele el…-me señalé el
pecho.
Apoyó su oreja sobre
mi torso. Mi corazón iba acelerado.
-Puede… -murmuró
afligido- … que haya sido yo –me miró a los ojos angustiado-.Estaba tan
alarmado que se me olvidó que eras más frágil… y puede que te diera demasiado
fuerte.
¿Puede que fuera él
el pez que me rompió?
Le miré confundida.
-Cuando te saqué del
agua, estabas azul. Hice cuánto sabía para traerte conmigo. El boca boca y la
expulsión del agua con los apretones. Te apretujé demasiado fuerte… estás casi
aplastada –rió, aún con congoja.
“Y supongo que
también decías “vamos, “vamos, “vamos” pensé. Él era el pez extravagante que me
había devuelto a la vida y que me había machacado.
Asentí, temblando.
-Lo siento –susurró.
-Ni se te ocurra
sentirlo –dije, tiritando.
Rió.
¡Qué frío! Vi mi
vestido, pero no podía ponérmelo, estaba mojado también.
Will adivinó mi
pensamiento y fue a buscar su camiseta, que aún estaba al otro lado de la
playa, y en un periquete me ayudó a ponérmela.
-Gracias – musité,
sin voz apenas.
Su camiseta me
llegaba casi hasta las rodillas y era muy cálida.
Empecé a entrar en
calor con rapidez.
-¿Qué ha pasado?
–preguntó Will. Había estado esperando, claro, el momento apropiado para
preguntar.
Le miré a los ojos.
¿Qué iba a decirle? ¿Qué dos grandes ojos amarillentos me habían arrastrado a
las profundidades? Es más, ¿que no era la primera vez que lo intentaban?
No podía contarle
eso, pensaría que estaba loca, y, francamente, la opinión de Will sobre mí me
importaba mucho.
¿Qué debía
explicarle? Que no lo sabía, sería lo más sabio.
-No… no lo sé –bien,
ahora mi voz ya era la misma de siempre-. Empecé a nadar… y algo me agarró de
la pierna… no pude subir…no tenía fuerzas.
Eso sí era verdad y
no quería recordarlo.
-Cuando llegué, pensé
que te habías ido –admitió- pero vi tu vestido y empecé a buscarte. Y como el
agua se removía, me metí y fui a tu encuentro –hizo una pausa-, esa cosa que te
agarró de la pierna huyó en cuanto me vio. Era negra y diabólica… estabas
inconsciente cuando te llevé fuera –me estrechó la mano – no pude permitirme
pensar que había llegado tarde… -carraspeó y se aclaró la garganta.
Mi corazón estalló
con sus palabras. Suspiré.
Nos quedamos en
silencio un rato pensando en lo sucedido.
Recordé algo importante
en la historia.
-¿Para qué te
necesitaba ese Markson? –pregunté.
-Markson es el
mercader que te regaló a Butterfly. De vez en cuando nos hacemos favores. Él me
consigue nuevas mercancías y yo soy su “manitas”. Pero que se le hubiera roto
una rueda del carro no era una urgencia “inaplazable” –dijo, imitándole con
rencor irónico.
Así que el simpático
mercader se llamaba Markson… ¿a qué me recordaba ese nombre? Markson, Mark,
Marks… ¡Max! ¡La reunión! ¡Se me había olvidado por completo!
-¿Qué hora es? –pregunté,
ansiosa. “Esperemos que pronto”.
Max había sido muy
simpático, pero estaba segurísima de que no quería verle enfadado.
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