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N O V E D A D E S

º¡Capítulo 26!

ºNuevo relato corto: Senderos del destino.



Memorias

Sus zapatos nuevos le dolían. Caminar era una tarea pesada, porque los pies le sangraban, pero aún así eran sus zapatitos nuevos, los que ella siempre había querido y le gustaban tanto.
Caminaba por aquél jardín que siempre le había abierto sus puertas, su jardín. El columpio de madera que aún colgaba del árbol se estaba deshaciendo y las cuerdas estaban desgastadas, pero era su columpio. El columpio que la hacía volar.
El viento deshacía en sus cabellos lo que a su hermana tanto trabajo le había costado arreglar, pero era una sensación agradable.
El vestidito se estaba manchando de barro, y era un vestidito que su tía le había hecho expresamente a ella, estampado de florecitas de todos colores, pero a ella le gustaba estar cómoda, y estando tan limpita le resultaba difícil estar cómoda.
Empezó a llover y fue a refugiarse en su cabaña del árbol, la que su padre había construído para ella y su hermana, cuando ésta era más pequeña. Ahora sólo ella jugaba en la casita, y era su escondrijo secreto. Allí se sentía segura, aún y estando a varios metros del suelo. Pero ya no tenía miedo de caerse.
Estaba en el árbol más anciano y grande de todo el jardín. Su árbol. En ese rincón, a veces podía oír cómo las hadas le susurraban palabras bonitas y le cantaban canciones de cuna.
Las cajas donde antes guardaba sus tesoros, ahora estaban vacías, pero eran sus cajas, sus recuerdos.
Su cocina ahora estaba llena de polvo, era bonita. Antes cocinaba para toda la família, pero ahora ya no funcionaba.

No quería irse, pero la obligaban.
En la casa que estaba a punto de abandonar, todo eran pisadas fuertes y carreras de aquí hasta allí. Unos a otros se iban preguntando dónde estaba tal cosa. Todo eran cajas llenas de trastos y había un camión aparcado en la calle.
Empezó a oír que la llamaban. Primero su madre, luego su hermana, y también su padre. Ella al principio no quería bajar, pero luego comprendió que se enfadarían con ella si les hacía llegar tarde. Pero no mucho, nadie se enfadaba mucho tiempo con ella, pues sólo tenía cinco años.
Aún así, abrió la puerta y empezó a bajar por las largas escaleras de madera; a bajar por el árbol anciano y grande, su árbol. Pero no recordó que estaba lloviendo, y la lluvia lo había hecho todo muy resbaladizo. Sin querer, puso mal un pie sobre un peldaño, y resbaló. Cayó y cayó hacía abajo. No era una caída muy larga, pero siendo ella tan pequeña la altura era mayor, y encima parecía que caía a cámara lenta, porque todo ocurría muy despacio. Le pareció como si volase, y las hadas la acompañaban.
Vió los rostros de sus padres y su hermana, demacrados por el pánico y la desesperación, y se preguntó a qué se debía. Su madré gritó, pero no entendió por qué. Su perrita ladró, pero no comprendió por qué.
Ellos ya no estaban empaquetando cosas. Estaban parados, mirándola sólo a ella, y no supo por qué.
Lentamente, el suelo fue acercándose, y ella cerró los ojos para no ver cómo moría.








Martina Llop Salas
Artà
01/05/2013

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