Fuegos artificiales
Apenas había pasado media hora, pero el tiempo se había
detenido para mí.
Cuando volvimos, la impresión fue que nadie se había
percatado de nuestra ausencia. Incluso Jace parecía entretenido hablando con
Emily… (o al menos, todos disimulaban).
Todos menos Emily.
Íbamos hacia la tienda cuando la vimos salir de la de Will y
Kail, dirigiéndose a la nuestra. Se sonrojó ligeramente al vernos.
-Hola chicos- saludó rápidamente y entró en la tienda. Luego
salió con unas cuantas cosas- cambio de planes… al final voy a dormir con Kail.
Tengo que… contarle un par de cosas.
Y se fue riendo tapándose la boca con una mano.
Will y yo nos miramos sin saber qué hacer ni qué decir.
-Vaya, qué casualidad –solté.
-¿Tú crees? –alzó una ceja escépticamente, soltando una
pícara sonrisa- porque yo no creo en las coincidencias.
Y me cogió en brazos mientras me llevaba dentro.
Fuera o no fuera una coincidencia, a mí ya me parecía la mar
de bien. Pobre Em, no es que no me hiciera ilusión ser su compañera, pero…
ahora que el querer dormir con Will estaba justificado–digo yo-, no iba a decir
que no. Además, me había fijado en cómo se miraban ella y Jace y puede que
pensara que dormir con un chico en vez de conmigo le produciría más celos…
bueno, yo qué sé. La cosa es que si se había cambiado de tienda por nosotros…
¡pues cómo vuelan las noticias!
Will fue a recoger sus cosas y yo entré en la tienda para
cambiarme.
Estaba excitada por todo lo que acababa de ocurrir. Me
preocupaba aún un poco todo el tema de “no nos volveremos a ver”… pero bueno,
realmente yo nunca he sido una persona muy empática, y como igualmente no iba a
recordar nada… si él estaba de acuerdo en vivir con esos recuerdos y con la
certeza de que nunca se repetirían, a mí ya me estaba bien. Además, parecía que
sus labios me hubieran contagiado el “carpe diem” que él representaba.
Fui hacia el montón de ropa interior y saqué el pijama
morado de lana – o al menos eso parecía, aunque nunca se sabe- que Emily me
había prestado para la ocasión. Los únicos que había llevado eran de abrigo,
pues aquí hacía mucho frío. Pero en verdad, durmiendo con Will al lado, lo
último que tendría sería frío.
Me quité la ropa y me puse el pijama. Primero los pantalones
suaves, sedosos, que me tapaban hasta
los pies. Eso no tenía sentido, Emily era bastante más baja que yo.
Un suave roce de labios sobre mi hombro nubló mis
pensamientos. Me quedé quieta, dejando que sus brazos me envolvieran la cintura
y me resiguiera todo el cuello con la boca. No pude evitar sonreír.
-Si esta noche no duermo después de esta “excursión”
–suspiré- mañana no podré moverme.
Carcajeó.
-¿Tan dura ha sido? –dijo entre beso y beso.
-Las excursiones, para nosotros “los mortales”, no suelen
durar más de medio día – me quejé-, apenas siento las piernas. Esto debe ser la
presión y tal… que hace que pesen más de lo normal.
Se apartó un segundo para cogerme en brazos. No me había
fijado en que volvía a ir sin camiseta. Estuvimos un rato mirándonos, en
silencio.
-¿Y ahora, duele?
Negué, sonriendo con complicidad.
Él me devolvió la sonrisa y se acercó lentamente para
besarme. Este beso no fue como los otros –deduje que ya no tenía miedo a que
dijera que no. Este fue lento y dulce, como un postre después de un primer y
segundo plato explosivos.
Me hubiera quedado así toda la noche –toda la vida, si me
apuras-, pero el sueño se encontraba entre mis prioridades en aquél momento.
Temí no poder dormir si abriendo los ojos podía contemplarle. Me entró sed, así
que me puse la camiseta del pijama, me quité el sujetador y fui a por un vaso
de agua. Le pregunté si quería uno y serví dos vasos. Cuando me giré, vi que ya
iba con los pantalones del pijama. ¿Cuándo se había cambiado? Le di el vaso.
“Gracias”. Sonrisa que derrite.
-¿No tienes frío? –pregunté mientras me acostaba.
Me abrazó haciendo la cucharita y apoyó la cabeza sobre mi
hombro.
-Ojalá. Me estoy muriendo de calor –dijo riendo pícaramente
mientras me olía el pelo. En verdad, yo tampoco tenía mucho frío.
Cada vez que hablaba del calor que tenía me estremecía,
aunque el bostezo que hice a continuación fue de todo menos sensual.
Los párpados empezaron a pesarme cada vez más y temía que
todo se tratara de un sueño, como esas veces en las que estás despierto pero
todo te parece una alucinación.
Utilicé algunos segundos para descansar en la perfección del
momento, y le susurré las buenas noches con otro bostezo.
Pero después me di cuenta que no había sido un sueño. En mis
sueños no me siento protegida por un chico que me quiere. Mis sueños no son tan
perfectos.
Unos ojos recelosos me perseguían; yo tenía que buscar algo
y no tenía ni idea de qué se trataba o de qué aspecto tenía. Y los ojos me
seguían como mi sombra, buscase donde buscase. En un momento dado creí que me
intentaban decir algo –tal vez una pista de qué era lo que tenía que buscar o
dónde se encontraba-, pero temía que si me acercaba demasiado me ahogarían, o
me hipnotizarían, y lo perdería todo.
Corría, pero nunca me cansaba de correr, porque corría a
cámara lenta y eso me provocaba agonía. Sólo una pequeñísima parte de mi era
consciente de que estaba soñando. Corría por un bosque quemado y muerto. No
percibía ninguna forma de vida excepto la que me seguía de cerca. En realidad,
hubo un momento en que en vez de buscar algo, intentaba huir de esa criatura.
Me desperté sudando, hiperventilando y sin tener la
sensación de haber descansado. Pero me desperté decidida a saber qué o quién
eran esos ojos amarillentos que perseguían mi muerte inminente. A encontrar
sentido a las palabras de Anelisse Greyone. Y a descubrir quién de nosotros era
el salvador del que hablaba la profecía. Tenía una corazonada, pero deduje que
se debía a mi heroísmo.
El sol apenas estaba saliendo y Will todavía dormía.
Con cuidado me liberé de su abrazo, me puse un anorak y salí
a recibir el día.
El campamento seguía profundamente dormido. La hoguera se
había apagado y salían pequeñas hileras de humos negro de entre las cenizas. Y
soplaba un viento helado que me cortaba los labios y las mejillas. Las manos
no, ya que las había metido sabiamente en los bolsillos.
Era extraño, no ocurría muchas veces que yo me levantara la
primera. Culpé al sueño.
Decidí caminar un poco en dirección al sonido del agua, para
despejarme un poco. El lago no estaba muy lejos.
-Jessica- susurró alguien detrás de mí. Me giré sobresaltada
-¿eres tú?
Vi que era Claire y me relajé.
-Sí- susurré,
haciéndole gestos para que viniera.
Caminó con avidez y sonrió al llegar junto a mí. Tenía las
mejillas coloradas por el frío y el pelo encrespado.
-¿Dónde ibas?
-A dar un paseo matutino, ¿quieres venir?
Se encogió de hombros y caminamos una al lado de la otra.
-¿Sueles levantarte tan temprano? –pregunté.
-Sí, tengo el sueño bastante ligero.
Bostecé. Los árboles degotaban pequeñas gotas de lluvia. Pues
no había oído llover. Puede que fuera la humedad.
Estuvimos en silencio un rato. Sólo se oía el sonido de
nuestras pisadas, el susurrar del viento, el balanceo de las hojas. Y si
reparabas un segundo, oías el despertar de algunos animales.
Llevábamos un rato andando cuando vislumbramos las aguas del
gran lago.
Dónde yo vivía nunca podría haber disfrutado de unas vistas
así. De hecho, dudaba que ningún lugar en el mundo pudiera igualarlo. En ese
lugar, el ser humano apenas había dejado algunas pisadas en el suelo.
Las aguas estaban cristalinas e imperturbables a causa de la
aurora.
Nos sentamos sobre unas rocas lisas y empezamos a charlar.
A pesar de que Emily era con quién más me había amistado,
Claire era la que más se parecía a mí con diferencia.
Estaba cómoda con el silencio y le gustaba más escuchar que
ser escuchada –en mi caso no es exactamente así; más bien tengo días, pero
igualmente la gente suele decir que soy tímida, por lo tanto, deduzco que se
debe a mi poca palabrería-.
Nos habíamos llevado bien sin proponérnoslo. Me había dado
cuenta de que, a diferencia de las demás personas que conocía, con la mayoría
de crystalraisers no tenía que esforzarme en sacar tema: las palabras salían
sin ser meditadas y podía ser yo misma.
Íbamos cambiando de tema sin enterarnos y teníamos muchas
cosas en común. Estábamos de acuerdo en otras muchas.
La charla me había distraído de mis preocupaciones cuando,
de pronto, en la lejanía y entre la oscuridad que proyectaban los árboles y
arbustos, aparecieron dos ojos amarillos y la tranquilidad se desvaneció. Me
alarmé.
La conversación que estaba manteniendo con Claire se esfumó
y ambas volvimos al silencio sin haber puesto ningún punto a la frase. Me giré
hacia ella y vi que ella también los estaba mirando –por lo tanto, no estaba
loca ni los había alucinado.
-¿Qué crees que serán? –preguntó sin quitarles la vista de
encima.
-Ojalá lo supiera- respondí con exasperación.
Y le expliqué mi breve y siniestra historia con ese ser, sin
saber muy bien por qué.
Ella se preocupó lo suyo.
-¿Por qué no se lo dijiste a nadie?
-¿Qué querías que hiciera? Tú nunca los habías visto. Quiero
decir, nadie le hubiera dado importancia. Y no quiero que me tomen por una
paranoica, no soy de aquí.
-Will los vio, te lo dijo, cuando te salvó. Se lo podrías
haber contado.
-No sé… supongo que no quería parecer asustada.
Suspiró.
-¿Y qué piensas hacer?
-¿Qué puedo hacer? Nada. Pero al menos me gustaría conseguir
algunas respuestas. ¿Qué son? ¿Qué quieren de mí?
-¿Quieres que los sigamos?
-Podríamos empezar por ahí.
Mi sueño a la inversa.
Pero era demasiado tarde. El ser se había desvanecido en sus
propias sombras.
Cogí su mano entre las mías.
-Por favor, esto debe quedar entre nosotras. Temo que si
alguien más lo sabe, no volverán a aparecer. Es una corazonada. Sólo aparecen
cuando estoy sola. En realidad, no sé qué ha ocurrido esta vez, Butterfly no
habla, por lo tanto no debe de considerarla una amenaza. Y me dan miedo y me
erizan el pelo, pero es que la curiosidad me carcome. Por favor, no se lo digas
a nadie, quiero descubrir qué ocurre.
-Ningún problema –me sonrió con complicidad.
-Gracias.
-¡Por cierto! Tienes que contarme qué ocurre exactamente
entre Will y tú, que entre que ayer ambos os ausentasteis un buen rato y Emily
no paraba de cotillear, ¿nos tenéis a todos intrigados eh? Hmmm…
-¡Es que acaso hay alguien que no se enterase! –reí.
Y zanjamos el tema de los ojos amarillos y sus intenciones.
Aun así, no me quedé despreocupada. ¿Y si ahora que Claire
los había visto, también iban a por ella?
Parecía estar encima de una balanza, cuando algo bueno
ocurría, otras cosas empeoraban. Supongo que así es el curso de la vida.
Cuando oímos que el campamento empezaba a dar señales de
vida decidimos regresar. Además, yo estaba un poco hambrienta. Un poquito.
Ese día fue más tranquilo que el anterior.
Nos bañamos en el lago después de almorzar, cosa que nunca
había hecho antes y fue asombroso –de hecho, nada de lo que había hecho en los
últimos días lo había hecho anteriormente, pero ya se entiende la expresión-.
Después fuimos de excursión por los alrededores y cuando
regresamos, como todo el mundo se estaba
muriendo de hambre, comimos y cada uno a su bola. Yo por mi parte, me retiré a
mi tienda para conseguir un poco de tranquilidad.
Al principio el Universo me complació, ya que sólo Will
entró en la tienda y hablamos un poco de todo –y a ratos no hablamos-. Pero al
poco tiempo se unieron todos los demás a la fiesta y terminamos jugando a los
únicos juegos que no requerían explicarme cómo iban porque ya había jugado
antes.
Y más tarde, como petición mía y de Emily, volvimos al lago
a darnos un chapuzón –sólo nosotros, Will, Kail, Ivy, Claire, Emily y yo.
Bueno, también logramos convencer a Jace- hasta que anocheció y empezaba a
hacer más frío fuera del agua que dentro.
Esa noche también dormí con Will, y no tuve ninguna
pesadilla. Como oí decir a alguien en alguna ocasión, Dios no castiga dos
veces.
Fue él mismo quién me despertó diciéndome que teníamos que
marcharnos lo más rápido posible, que estaban de camino. Como yo me acababa de
despertar y no era precisamente rápida de reflejos, sólo me percaté en que era
de día pero tenía la sensación de haber dormido cuatro horas como mucho. Will
parecía impaciente mientras me vestía, así que se dedicó a vestirme él y a
sacarme en brazos de la tienda. “¿A qué viene tanta prisa?”, pregunté. Él sólo
dijo “No hay tiempo”.
Y al salir hice el “click” a medias. No era de día, era de
noche. La luz que había confundido con la del sol era la de las llamas que se
estaban comiendo el bosque. Todo el mundo recogía lo que podía y corría para
salvar el pellejo. Había algunos que intentaban ayudar a alguien que no podía
andar porque las llamas le habían atrapado. Había otros que lloraban a sus
víctimas.
Me giré para hacer una panorámica y todo cuánto veía era un
mar rojo y enfurecido que nunca terminaba. Y sólo podía pensar en todo el día
de camino que había hasta la ciudad y que era completamente imposible que
lograra llegar. Empecé a hiperventilar. El tiempo pasaba muy lentamente, como
cada mañana cuando me levantaba, sólo que esta vez el subconsciente me estaba
gritando que no podía permitirme estar embobada ni tener los reflejos
adormecidos. Estaba histérica por dentro e impasible por fuera. Notaba a Will a
mi lado, gritándome que me moviera, y pregunté al Universo por qué no podía ser
una de esas heroínas de las novelas, que en momentos así mantienen la cabeza
fría y siempre saben qué hacer. Pero bueno, supongo que eso forma parte de la
ficción y siempre se quedará en ese baúl.
Al final, impotente, Will optó por subirme a caballito y
empezó a correr.
En la lejanía, vi unas figuras negras que se acercaban. Al
reconocerlas, mi cuerpo reaccionó y grité.
Todos los ahí presentes se giraron hacia la dirección que
señalaba mi dedo. Dejaron de intentar coger lo que sea que fuera importante
para ellos y huyeron a la velocidad de la luz. Los cadáveres se quedarían sin
ser enterrados y los moribundos pronto dejarían de ver luz a través de sus ojos.
Al oír mi grito, Will se sobresaltó y tropezó con algo. No
logré ver el qué. Caímos al suelo. Puede que las figuras aún estuvieran lejos,
pero notaba su respiración entrecortada y muerta, notaba su presencia sobre mis
espaldas.
Y yo me sentía como en el sueño de la noche anterior, cuando
escapaba a cámara lenta. Will se levantó rápidamente, pero yo me quedé en el
suelo. ¿Con qué habíamos tropezado? Intenté enfocar la vista y palpé el suelo.
Toqué algo que aún estaba caliente. Era una mano chamuscada. Mi corazón se
paró. Me obligué a mirar.
El fuego trabajaba rápida e cruelmente, pero aun así, pude
reconocer esas facciones. De hecho, no fueron sus facciones las que reconocí.
Lo único de su cara que había eludido las llamas eran sus ojos. Aún desprendían
bondad, mezclada con el obvio sufrimiento y agonía que suponía morir quemado.
Pero su chispa aún no se había apagado. Sin embargo, el
resto… el resto yacía en el suelo enfangado careciendo de vida. ¡Claire!