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N O V E D A D E S

º¡Capítulo 26!

ºNuevo relato corto: Senderos del destino.



Cuando los sueños se hacen realidad

Justin era una adolescente de 13 años que iba al instituto de su pueblo, cerca de Londres. Tenía un montón de amigos, pero sólo uno de ellos era su” amigo de confianza”. Félix era el único que sabía cada uno de sus secretos, y eso significaba mucho para él, porque Justin guardaba recelosamente sus secretos dentro de un cajón y era de los que no lo confían a cualquiera.
Todos lo demás se morían de envidia al ver que Justin le confiaba tantos secretos a Félix; no comprendían qué tenía Félix que no tuvieran ellos.
Uno de esos secretos tan importantes tenía especialmente preocupado a Félix, el más reciente.
Sabía que su amigo era un poco soñador, pero eso ya había llegado al extremo.
Ese secreto que tan perturbado tenía a Félix tenía que ver con un sueño que Justin tenía continuamente desde hacía mese, dos, para concretar.

Ese sueño, según le relató Justin, era el mejor que había tenido en su vida:
-Primero, estoy en una densa selva, -le describía su amigo- pero no una selva cualquiera, está llena de colores vivos y plantas que nadie ha visto jamás, y animales tan extraños que te desconciertan.
Después, estoy en un lago enorme de aguas violetas y hierba de un verde pistacho. Desde allí veo salir del agua una hermosa hada (de mi tamaño) de alas plateadas e impresionante vestido violeta, al igual que sus ojos; de bonita piel de porcelana y larga melena dorada.
Y a continuación, empieza a danzar para mí, besándome en las manos y mejillas de tanto en tanto con sus labios carmines, rojos como la sangre. Después me tiende la mano nevada, la cojo y empezamos a volar, por un cielo ni azul ni violeta, cogidos de la mano.
Y como despedida, me besa en los labios y me dice al oído con su voz de campanilla:” hasta mañana, que tengas dulces sueños”.
Lo raro eso que los “dulces sueños” se terminan cuando ella me los desea, porque mi despertador me levanta a gritos, como siempre ocurre.

Y así concluía su relato.
Lo que preocupaba a Félix no era sólo que ese sueño apareciera en su mente todas las noches durante casi un trimestre; sino que Justin estaba locamente enamorado de esa hada inexistente, y parecía que, si eso seguía así, esa fantasía llegaría a un extremo peligroso para su juicio y sentido común.
Así que Félix decidió ir a hablar seriamente con él, pero de nada sirvió, ya que parecía que Justin ignoraba que su hada era fruto de su imaginación.

Los días transcurrieron y Justin empeoraba cada vez más, había perdido todo el juicio. Se encerraba en su cuarto pensando en lo imposible, mientras su locura crecía más y más.
Médicos y psicólogos intentaban ayudarle, pero ninguno de ellos tuvo éxito alguno.
Félix se decantaba por la ciencia, y que era buenísimo sería poco decir: tenía toda una estantería llena de trofeos conseguidos en ferias científicas.
Pero no sabía cómo la ciencia podría resolver de manera alguna semejante trastorno mental.
“Sería inútil intentar algo” se decía “esa locura la ha provocado su imaginación, esa hada no es real… … o puede que sí… si pensara en alguna manera de conectar…”
Y, dicho eso, se puso a trabajar.
Tres meses más tarde, Félix acudió a la habitación de su amigo, ahora ya en un estado enfermizo, con unas gafas enormes y una red grande y blanca. Llamó a su habitación.
“Pase”, dijo alguien, cuya voz Félix no pudo reconocer.
Cuando entró, Félix casi se desmaya. ¡Cuánto había empeorado Justin en cuestión de meases! Pero iría directo al grano.
Le explicó su último gran invento: si se ponía las gafas cuando alguien dormía podía ver lo que soñaba, y con la red cazar lo que quisiera y llevárselo a “la Tierra”.
Al oír eso Justin alzó una sonrisa radiante en su rostro demacrado, pero a Félix le pareció más bien una mueca.
“Bueno, vamos a probarlo”, dijo “he traído unas magdalenas con calmantes y gotas de dormir incluidas. Así te duermes más rápidamente y no corremos riesgos”. Justin asintió y cogió una.
Fue cuestión de minutos que quedara quieto en su cama bajo un sueño profundo.


Félix cogió la red y se puso as gafas.
Realmente Justin no exageraba cuando le relataba su sueño, ¡todo allí era increíble!
Como ya le había contado, primero se encontraba en un bosque salvaje y selvático con todo tipo de criaturas exóticas.
Después el paisaje cambió y Félix puedo ver el espectacular lago violeta donde se suponía que debía aparecer el hada.
Al cabo de unos minutos vio que no se equivocaba: el agua se empezó a mover y de dentro salió una bellísima dama halada.
Félix se hubiera quedado mirándola como danzaba, si no tuviera en su conciencia que el sentido común de su amigo dependía de un hilo que él sostenía.
Así que cogió la red con firmeza y comenzó la caza de hadas.
No era fácil atraparla, porque corría con tal gracia y agilidad que muchos hubieran quedado babeando; pero Félix no era uno de esos.
Recorrieron todo el lago y después regresaron a la selva, pasaron por más de media docena de paisajes, todos increíblemente impresionantes, pero Félix estaba centrado en capturar el hada.
Atravesando un paisaje rocoso, aprovechó una roca y, dando un gran salto, se abalanzó sobre ella y la introdujo suavemente en la red.
Después vio como los miles de colores que había allí se desvanecían y volvían a la habitación.
Justin se despertó sobresaltado, gritando: “¡Ha desaparecido!”, pero en cuanto la vio entre la red de Félix, su cara cambió totalmente de expresión. Sus ojos atónitos la miraban de arriba abajo, incrédulos.
El hada no parecía enfadada cuando vio a Justin. Le dijo que se llamaba Aurelia y que también estaba enamorada de él… así que Félix los dejó solos.


Al día siguiente, cuando Félix fue al instituto, vio a Justin mucho más alegre y sano, junto a Aurelia.
Ésta se había puesto una camiseta grande para ocultar las alas.
Triunfó mucho entre los chicos, ya que era bellísima; pero hizo pocas amigas, tres exactamente. Las otras estaban verdes de envidia, incluida la que era hasta ahora la más guapa, María.
María era la más popular, estaba rodeada de amigas, todas ellas inferiores a ella.
Cuando María supo que alguien le había superado quiso venganza: retó a Aurelia a un concurso de baile.

María concursaría con sus amigas y Aurelia también, siendo ambas capitanas de los grupos. Quedaron esa misma tarde delante el instituto.
Justin y Félix también la acompañarían.
Hasta las 17:00 de la tarde (que era la hora acordada), Aurelia estuvo ensayando hasta ser perfecta en todos los tipos de danza.
Cuando llegó la hora marcharon hacia el instituto, y Félix y Justin no eran los únicos espectadores, fue casi todo el curso.
Todos estaban hablando hasta que se hizo un silencio sepulcral: María había llegado con su respectivo grupo de amigas.
Se encaró a Aurelia y le dijo: “como eres nueva en esto, bailaré yo primero para que veas cómo va”.
Dicho eso, dijo a una chica de su grupo que pusiera la música y empezó a bailar.
Se movía de manera tan grácil que todos los chicos la animaban. Parecía imposible derrotarla.
Terminada la canción, el turno de Aurelia comenzó.
Empezó a bailar todo lo que supo, pero ningún chico la aplaudía. Estaban embobados todos, sometidos bajo un hechizo.

Cuando la canción terminó, todos los chicos fueron a alzarla como a una campeona.
Bajo todos los gritos, Félix oyó a una amiga de María preguntarle quién había ganado.
Pero María, roja por la rabia que se quemaba en su interior, se giró y le gritó: ¿¡no es evidente!?” y se fue antes de poder ser humillada.
Como Félix nunca la había visto así, no pudo aguantar reírse, mientras todos le miraban.

Aurelia volvió cada vez más popular y cada día hacía un amigo nuevo, pero a la vez se distanciaba más y más de Justin.
Un día, cuando Félix fue al instituto vio a Justin llorando.

Iba a preguntarle por qué, pero cuando vio a Aurelia lo entendió: se había cortado sus hermosas alas, se había cortado su larga melena dorada (además de haberse hecho mechas rosas) y se había puesto lentillas azules.
Había perdido toda su magia, sólo para ellos claro, porque los otros no eran conscientes de que la “chica nueva” era un hada.
Félix fue a consolar a su amigo, pese a que se sentía incapaz de hacer tal cosa por la evidente incredulidad que se reflejaba en su rostro.
“Ha cambiado”, decía Justin, “¡ha cambiado! ¿Por qué? Si ya era perfecta como era…”
Las cosas empeoraron cuando, los dos amigos paseaban por el patio y vieron a Aurelia besando a otro chico.

Aquella destrozó a Justin.
Pasaron unos días y, como Justin no mejoraba, Félix le propuso devolver a Aurelia adonde pertenecía. Justin estuvo de acuerdo.
Aquella misma noche se lo contaron a Aurelia.
“Aurelia”, empezó Justin, “sé que mi mayor sueños, que eres tú, se ha realizado… pero no de la forma en que yo confiaba que sería. Hay veces que uno prefiere elegir la imaginación, y así es todo como uno quiere, mejor que la cruel realidad. Ésta es una de esas veces. Prefiero tenerte como te tenía antes en mi cabeza a que seas real. Lo siento, pero Félix te devolverá en breve a mi sueño.”
Antes de que Aurelia pudiera replicar, como era evidente que lo haría, Félix la cogió con la red mientras Justin se comía una “magdalena”.
Se puso las gafas y la habitación desapareció. Una vez dentro el sueño soltó a Aurelia, que ahora ya volvía a ser hada, la abrazó y se despidió de ella. A continucación, se quitó las gafas y en un instante volvió a estar en la habitación de Justin, el cual ahora dormía con una gran sonrisa dibujada en su rostro. Era feliz de nuevo.
Félix suspiró y fue hacia su casa. Por el caminó pensó:
“¿Queríais saber qué tengo yo que no tengáis vosotros? ¿Acaso alguno de vosotros haría esto por él?”
Sonrió satisfecho pensando en que las mayores aventuras pana siempre al lado de una verdadera amistad.



Martina Llop Salas
07/10/2011
Artà

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